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Albert Einstein

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(Por: Lionel Álvarez Ibarra)

 Un reconocido humorista inglés, cuando le preguntaban: ¿cómo está su esposa?, solía responder: ¿comparándola con quién? Cuando escuché esa ocurrencia por primera vez, la tomé como una manera rápida de entender lo que es la relatividad, mucho más fácil que tratar de comprender la teoría de la relatividad de Einstein.
   Arturo Uslar Pietri comentó en una oportunidad que, si llegásemos a entender en profundidad las teorías de Einstein, quedaríamos totalmente confundidos e impresionados. Decía Uslar, para ilustrar lo que significaba el descubrimiento de Einstein: “Sería como si un hombre culto, al final de una larga vida, llegara de pronto a descubrir que lo que había tenido hasta entonces por blanco era negro, lo que había tenido por sólido era líquido, y lo que creía inmóvil y fijo estaba en cambiante movimiento”.
     Einstein descubrió que el universo tenía cuatro dimensiones, porque además de altura, profundidad y anchura, había que agregar la dimensión tiempo. Que existe una relación entre espacio, tiempo y materia, teniendo en cuenta la gravedad, y que esa gravedad no es una fuerza como la definió Newton, sino la curvatura del espacio-tiempo.  Es decir: espacio, tiempo y masa son conceptos relativos. Dedujo la fórmula E=mc², la ecuación más famosa de la historia: La energía es igual al producto de la masa por el cuadrado de la velocidad de la luz.
     Einstein nació en Ulm, ciudad alemana, el 14 de marzo de 1879, de padres judíos. Su familia  se trasladó a Munich con la intención de abrir allí un negocio de electricidad, y como éste no resultó, sus padres se mudaron a Italia, y  Albert debía permanecer en Munich, hasta completar sus estudios de secundaria.      Sin embargo, Albert abandonó Múnich antes de culminar su último año, y se trasladó a la casa de sus padres en Milán. Allí estuvo un año sin ir a ningún colegio. En 1895 se matriculó en el politécnico de Zurich, donde podía estudiar sin haber terminado el bachillerato. Tuvo que presentar un examen de admisión, el cual no aprobó a causa de una calificación deficiente en letras, pero el director del centro, impresionado por sus resultados en ciencias, le aconsejó que completara el bachillerato y regresara. Así lo hizo, e ingresó al politécnico el año siguiente.   Tras graduarse en pedagogía aplicada a las Matemáticas y la Física, no pudo conseguir trabajo como educador. Logró colocarse como funcionario en la oficina de patentes de Berna, en un ambiente nada académico, en donde  permaneció siete años.
    En 1915, presentó su teoría de la Relatividad General, en la que reformuló por completo el concepto de la gravedad. Sus teorías las desarrolló con tan solo un lápiz y un papel, sacando cálculos y poniendo a trabajar su poderosísima facultad analítica. Estaban fundamentadas en razonamientos matemáticos y experimentos hipotéticos, sin contar realmente con una base experimental. Sabía que para que fuesen aceptadas por la comunidad científica, era necesario demostrarlas, y la oportunidad se presentó cuando ocurrió un eclipse total de sol en 1919.    Las observaciones de los astrónomos, durante el eclipse, confirmaron que la luz de las estrellas, al pasar dentro del campo gravitacional del sol, se desvió casi exactamente con las mismas magnitudes indicadas en las predicciones de Einstein. Esta fue la primera demostración experimental y concluyente de su teoría. El 7 de noviembre de 1919, el Times de Londres tituló: «Revolución en la ciencia: las ideas de Newton, superadas». La relatividad se convirtió en una sensación pública mundial. Se desató toda una “Einsteinmanía”, y hasta en la ciudad de Maracaibo comenzaron a bautizar niños con nombres  como Relatividad Montiel y Einstein Fuenmayor.
   Los reporteros se apresuraron en buscar a quien estaba siendo considerado la primera inteligencia de su tiempo, y en lugar de encontrarse con un académico bien trajeado, serio y aburrido, se consiguieron con un excéntrico con los cabellos revueltos, agradable y con gran sentido de humor, además ¡no llevaba calcetines!   Ganó el premio Nobel de Física en 1921. Curiosamente, no le fue otorgado en reconocimiento a sus investigaciones sobre la relatividad, fue honrado por su trabajo sobre el efecto fotoeléctrico y sus numerosas contribuciones a la física teórica.    Regresó a Berlin, en donde dirigió la sección de Física del Instituto Káiser Wilhelm durante dieciséis años. En 1933 Hitler tomó el poder, y se desencadenó la persecución contra los judíos.  Confiscaron sus bienes y ofrecieron por su cabeza una recompensa de 50,000 marcos. Einstein tuvo que huir; un triste episodio que debería ser recordado como una de las grandes vergüenzas de la historia alemana. Emigró a Estados Unidos, en donde fue nombrado Profesor Vitalicio en la Escuela de Estudios Avanzados de la Universidad de Princeton.
    En América también seguía siendo asediado por los fotógrafos, Einstein era una mina de oro para los periódicos. Hay una foto que le fue tomada a la salida de un club de Nueva York en 1951, cuando le celebraban su cumpleaños. Estaba tan hastiado de tantos reporteros que, ya dentro del automóvil que lo conduciría de regreso a Princeton, se le ocurrió sacar la lengua. Todos se sorprendieron de la mueca, y tan solo un fotógrafo apretó el botón de la cámara. La intención de Einstein era, precisamente, dañar el trabajo fotográfico de la prensa, pero consiguió el efecto contrario. Esa foto con la lengua afuera se convirtió en la más famosa y  mercadeada del genio, y su original fue subastada en 2009 por  74.324 dólares.
    Persuadido por otros famosos físicos estadounidenses, Einstein suscribió una carta dirigida al presidente Roosevelt en 1939, en la que le advierte que la Alemania nazi podría estar desarrollando un arma nuclear y sugiere que EE.UU. debe adelantarse. Einstein, un pacifista convencido, la firmó, y como consecuencia de esto se pasó el resto de su vida haciéndose serios reproches.
     En agosto de 1974 estuve en New Jersey; visité la Universidad de Princeton y la casa #112 en Mercer Street, en donde vivió sus últimos años. En una de sus tantas frases célebres Einstein dijo: “La imaginación es más importante que el conocimiento…”. Aceptando como ciertas sus palabras, podemos hacer un ejercicio de imaginación de cómo pudo haber sido su rutina esos últimos tiempos: Einstein no conducía automóvil, caminaba hasta la oficina y regresaba a casa a pie. Paseaba por el vecindario, con sus cabellos, ahora blancos, desordenados y el tradicional suéter claro, saludando a los vecinos con el característico acento alemán. Los fines de semana se iba a disfrutar de la navegación en vela, que era una de sus grandes pasiones. Le agradaba sentarse a fumar pipa en el porche, decía que le permitía pensar a través del humo. Se deleitaba tocando el violín, actividad musical que nunca abandonó.     El 18 de abril de 1955, la luz de una de las mentes más brillantes que ha dado la humanidad se apagó. Había pedido que no se le hicieran suntuosas exequias fúnebres y que la casa en Mercer Street no se convirtiese en museo. Su cuerpo fue incinerado y las cenizas esparcidas en el río Delaware.    La obra de Einstein no puede apreciarse como se admira una pintura de Van Gogh o una sinfonía de Beethoven, pero esa sencilla fórmula, E=mc², encierra toda la majestuosidad y el misterio del cosmo. La mayoría desconoce que las incontables innovaciones tecnológicas que hoy en día  disfrutamos, muchas han sido posible gracias a sus descubrimientos.
Este ser extraordinario que, con tan solo papel y lápiz, cambió la concepción del universo, tenía todo el derecho, más que ningún otro, de presumir orgulloso de lo que había logrado, sin embargo, mantuvo siempre el sentido de la humildad como valor.

Lionel Álvarez Ibarra Mayo,  2022
“No tengo talentos especiales, solo soy apasionadamente curioso». 

Albert Einstein

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