(Por: Nelson Acosta Espinoza)

Amigos lectores, después de leer estas cortas líneas, no piensen que me encuentro militando en un pesimismo electoral y político. No siempre las observaciones sobre la realidad han de ser optimistas. De hecho las certezas exageradas han conducido a
errores fatales. Sobre todo en los ámbitos políticos y electorales.
Como es sabido estamos a días para la celebración de las elecciones regionales. Es igualmente del dominio de los sectores opositores las ventajas que tienen en votación sobre las del chavismo-madurismo.
Sin embargo esta realidad no se ha concretado en propuestas unitarias y en la formulación de un relato que proporcione solidez a la oposición y vislumbre un nuevo horizonte para el país. Es lógico suponer que los resultados electorales del 21 de
Noviembre traerá como consecuencia un reordenamiento del paisaje político. Surgirán nuevos actores tanto en el campo opositor como en el del oficialismo. La retórica bolivariana perderá fuerza y las contradicciones en su seno se acentuaran. En el ámbito opositor es presumible suponer la emergencia de nuevos actores portadores de un relato político innovador que romperá con las tradiciones
políticas del pasado.
Voy a posar la mirada en la lógica que inspira las contiendas electorales en general. Dos son los apriorismos que orientan esta práctica y cuentan para explicar la desafección democrática que caracteriza nuestra vida política.
El primero la dicotomía razón/emoción. Se supone que la política son razones y las emociones distorsionan el núcleo verdadero de estas experiencias que son los programas, las propuestas y las ideas.
El segundo prejuicio tiene que ver con una visión del mundo emocional como algo epidérmico, superficial y efímero. En consecuencia se opta por una aproximación racional menos poética y narrativa.
Se obvia una verdad fundamental que ha sido respaldada por los avances de las neurociencias. Estas disciplinas advierten como los estados de ánimo se han transformado en estados de opinión. Esta circunstancia, desde luego, tiene una gran relevancia para la política y las elecciones. Votamos cada vez más con el corazón y
esto pone de manifiesto los límites de las promesas electorales reivindicativas. Poner el acento en la recepción y no en la emisión política implica la construcción de nuevas lógicas y desafíos.
Un punto de partida pudiera ser asumir la descentralización y el federalismo. A partir de las identidades regionales se puede construir una narrativa que proporcione solidez a los planteamientos opositores y desplace el centralismo chavista- madurista.
Me parece plausible prestar atención al “mundo de los apegos primordiales”. En esta dimensión es posible encontrar la materia prima para la construcción de una nueva opción que renueve y modernice el mundo político. Desde luego, se haría necesario para asumir esta tarea contar con agrupaciones políticas que valoren el mundo cultural y su simbología.
El éxito inicial del partido Acción Democrática se debió a que supo articular esta dimensión a su propuesta política. El saber escuchar de esta agrupación le permitió adentrarse en las experiencias orales presentes en las narrativas populares. Llegar a insértalas en una compleja trama de enunciados políticos fue, sin duda, el gran logro
de esta narrativa.

Retomemos la idea inicial. Tengo el presentimiento, por no decir certeza, que el desempeño electoral de la oposición democrática será mediocre. A pesar de contar con una mayoría visible no alcanzaran el éxito, político y electoral, que se desprendería de esta aritmética. Son múltiples las razones. A mi juicio este
escenario será producto de la ausencia de un proyecto de país compartido y divulgado a través de una narrativa distinta que rompa con los moldes del pasado.
“Es posible que votemos pero no elijamos”