(Por: Lionel Álvarez Ibarra)
En la España de la edad media había existido la tradición de que el apóstol Santiago el Mayor, discípulo de Jesús, había recibido el encargo de ir a la península a predicar el evangelio; que posteriormente regresó a Jerusalén, donde siguió predicando hasta ser condenado a muerte. Tras su ejecución, regresaron con el cuerpo a España, para darle sepultura. En el curso posterior de la historia, esta tradición tendría una repercusión extraordinaria, y hasta podríamos decir de alcance milagroso.
Hispania -nombre con el que los romanos llamaban a la península- fue invadida por diferentes pueblos en diversos momentos entre el siglo I a.C. y el siglo VIII d.C., éstos fueron: romanos, visigodos y árabes. Todos esos pueblos invasores encontraron en el noreste de la península, un territorio difícil de conquistar. La Cordillera Cantábrica, era una región montañosa muy agreste. Los romanos se limitaron a construir algunas caminos de carácter secundario, y los visigodos tampoco prestaron demasiada atención a aquella región inhóspita que no ofrecía mayor interés, y cuyo dominio poco reportaba.
Cuando la invasión árabe llega en el siglo VIII, España era cristiana y políticamente unificada bajo el dominio de los visigodos, que la ocupaban desde hacía 300 años. Los árabes destrozan la monarquía visigoda y establecen su dominio en casi toda la península. Los territorios del norte logran permanecer algo independiente, limitándose los moros a mantener allí algunas guarniciones de poca relevancia.
Esos hispanos visigodos del norte, van a ofrecer desde un principio, resistencia a los árabes. Se niegan a pagar tributos y rechazan ser sometidos por unos invasores extraños en raza, lengua y religión. Van a sentir la necesidad de levantar y oponer otro estandarte de fe religiosa para combatir el islam, y es entonces cuando invocan la presencia de Santiago, ese que ellos sabían había estado vivo en España, y que además, después de muerto, había sido traído de regreso y cuya tumba había sido descubierta en un campo de Galicia. Es decir, frente a Mahoma, va a estar con ellos Santiago el Apóstol.
No solamente salen a combatir creyendo que cuentan con el favor de Dios, sino que llegan a sentir y hasta a ver, la presencia del Apóstol en algunos combates. En la batalla de Clavijo, el Apóstol habría bajado de los cielos, montado en un caballo blanco, armado con una espada resplandeciente, y junto a los cristianos, habría combatido contra los moros hasta vencerlos. Con este suceso, el Apóstol se convirtió en símbolo del combate contra el Islam, y se le reconoció desde entonces como Santiago Matamoros.
Esta creencia va a actuar con un poder extraordinario en sostener el espíritu de lucha y de combatividad de los cristianos. Es muy posible que si no hubiera surgido esa fe ciega de que un poder superior y sobre humano estaba con ellos, posiblemente la historia de la reconquista española hubiera sido muy distinta o no hubiera sido, porque fue contra obstáculos inmensos, como estos pequeños grupos de cristianos empezaron a luchar por reconquistar el territorio español, en una guerra que duró setecientos años, y que vino a culminar en el siglo XV, con la toma de Granada por los Reyes Católicos.
El conocimiento de la historia de España durante esos periodos es limitado, la información es poca y hasta difícil de interpretar. Algunos eventos ni siquiera fueron recogidos por los cronistas de la época. Historiadores posteriores han considerado no tener pruebas suficientes para asegurar que la Batalla de Clavijo, con Santiago Matamoros, haya realmente ocurrido, y se inclinan a creer que fue una leyenda creada para animar a la población a luchar contra los musulmanes, para poder contrarrestar el espíritu de guerra santa con la que éstos luchaban.
Aún aceptando que se trató de una fe construida a partir de una leyenda, ello no la demerita. Todo lo contrario, de eso se trata la fe, la que se posee ante algo que no se ha visto, ese sentido de certeza sobre algo a pesar de no tener evidencias. El hecho de que unos cristianos en clara inferioridad de condiciones, con ejércitos mal armados y habiendo sido superados durante siglos por los musulmanes, logren finalmente vencerlos y expulsarlos, nos lleva a pensar que realmente «la fe mueve montañas» y que un pueblo con el poder de la fe puede alcanzar objetivos que parecen estar fuera de aquello que dicta la razón.
Lionel Álvarez Ibarra
Octubre 2020