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Propuestas indecentes

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(Por: Arnaldo Rojas)

Basta ver las propuestas de los grupos de poder que buscan ejercer una gobernanza mundial, tales como el Banco Mundial, El Club Bilderberg o El Foro Económico Mundial, entre otros, para recordar una sátira social que se debe a la pluma de Jonathan Swift (1667-1745), el insigne autor de Los viajes de Gulliver (1726), quien propuso en su momento una solución a dos problemas casi perpetuos de su Irlanda natal: el hambre y la indigencia.

En un ensayo anónimo publicado en 1729, defendió a capa y espada las bondades de la antropofagia infantil. En este caso, la idea de Swift era que los pobres vendieran sus tiernos hijos como alimento para los ricos, llegando incluso a sugerir cómo cocinarlos. Esta práctica contrarrestaría las hambrunas que asolaban Irlanda y que, años más tarde, ocasionarían la emigración de millones de sus habitantes.

La propuesta suena chocante, pero es bueno aclarar que no se debe entender literalmente. Pero eso hicieron muchos de sus compatriotas. ¿Sabía Swift que el escándalo estaba asegurado? Muy probablemente. Como profundo conocedor de la condición humana y de los mecanismos de la sátira, sin duda previó la reacción que su tratado provocaría.

El escrito, además, tenía un título pretencioso: “Una humilde proposición para evitar que los hijos pobres sean una carga para sus padres o el país, y para que aporten un beneficio público”. Es decir, con la mayor ironía, Swift plantea que si la carga familiar de gente pobre de su país es un problema, pensándolo bien, es mejor comérselos en beneficio de todos.

Resulta que aquella propuesta descabellada pero que no era más que una broma, hoy se encuentra reflejada muy en serio en los pronunciamientos de los entes internacionales mencionados al comienzo de esta nota. Todo lo que no es productivo, todo lo que no produzca utilidades, no cuenta, no tiene cabida en el esquema social deshumanizado de estos «especialistas» que sería mejor llamar «especieros».

La sociedad de consumo que ellos defienden desplaza por inercia a los que no consumen. Los pobres y los adultos mayores, por ejemplo, forman parte de esos grupos marginados que, contradictoriamente, van creciendo en relación a otras franjas etarias, de acuerdo a datos estadísticos.

Para muestra un botón. Christine Lagarde (quien fue presidenta del Fondo Monetario Internacional hasta el 2019) llegó a plantear que “las personas que viven mucho, a la larga representan un riesgo para la economía mundial» y recomendó subir la edad de jubilación cuanto se pudiera.  Por cierto, Lagarde no es ninguna chama, tiene 68 años, se incluye ella entre los viejos que estorban?                                                   

Por otra parte, en el Parlamento holandés se llegó a debatir ampliamente, por recomendación del Banco Mundial, la posibilidad de aprobar el uso de una pastilla para los ancianos de 70 años que ya estuvieran cansados de vivir y facilitarles el «sueño eterno».

Con razón hay una corriente crítica de analistas que han denunciado que la pandemia del Covid fue realmente una «plandemia», un plan macabro de los grupos de poder global, para depurar a la población mundial de componentes incómodos (pobres, ancianos, enfermos, rebeldes).  Las guerras promovidas últimamente no serán parte de este plan?                                           

Qué diría Jonathan Swift de estas propuestas comparadas con la suya? Porque, al parecer, estos «tanques de pensamiento» pretenden que nos comamos unos a otros.

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