Columna:Violencia, Cultura y Religión
(Por: Pbro. Luis Eduardo Martínez Bastardo)
Lmartinezbastardo@yahoo.com
Esta es la tercera entrega de las cuatro que hemos dispuesto para contemplar con una mirada epistémica il confronto entre Nuevo Orden Mundial y Orden Natural. En la primera entrega procuramos acercarnos a la tensión dialógica y dialéctica que expresa en sí misma la palabra orden. En la segunda, nos acercamos a la diferencia que existe entre relación y relacionalidad, y cómo ambas han sufrido las consecuencias de esta pandemia; nos referimos a las relaciones y relacionalidad entre los seres humanos.
En esta tercera entrega, vamos a acercarnos a las “nuevas relaciones”, pero esta vez con el ecosistema. Podríamos llamarla: La relacionalidad ecológica. Hay un pensador antiguo llamado Sófocles; se trata de un destacado poeta de la tragedia griega.
Entre las cosas que dijo con relación al hombre fue: “hay por ahí muchas maravillosas, pero ninguna como que el hombre”. La plenitud que representa en el universo la presencia del ser humano es registrada también en la Biblia. Cuando Dios crea al Hombre, según el libro del génesis, dice: “y vio Dios que era muy bueno” (Gn 1, 31). Con respeto al Hombre y a su relación con las cosas creadas, San Agustín, obra La Ciudad de Dios, sostiene: “Formó, pues, Dios al hombre a su imagen. Dotó su alma de cualidades tales que por su razón e inteligencia fuera superior a todo animal terrestre, acuático y volador, desprovistos de un espíritu como el suyo”. Son muchos los conceptos y definiciones que pueden aportar una mejor comprensión de la complejidad humana que se relaciona entre si y tiene una interdependencia ecológica.
Hemos comenzado precisando el Hombre como punto de partida ya es él quien le da vida a todo cuanto tiene a su alrededor; es el Hombre quien, entrando en contacto con los demás y con las cosas puede potenciar, dimensionar o vulnerar su propio sistema de vida. La crisis que atraviesa el mundo en este momento es una crisis que hunde sus raíces en una reducción antropológica, deslizándose entre el antiguo materialismo hedonista y un «prometeismo tecnológico».
Esto lo afirma el Papa emérito Benedicto XVI en el discurso a los participantes de la plenaria del Consejo Pontificio Cor Unum: “De la unión entre una visión materialista del hombre y el gran desarrollo de la tecnología emerge una antropología en su fondo atea. Presupone que el hombre se reduce a funciones autónomas, la mente al cerebro, la historia humana a un destino de autorrealización.
Todo esto prescindiendo de Dios, de la dimensión propiamente espiritual y del horizonte ultraterreno”. Si el Hombre no se comprende a sí mismo, no logrará encontrarle sentido a su entorno, ni a lo que le rodea, incluido sus pares.
La relacionalidad ecológica será efectiva tanto en cuanto haya una correcta antropología. Si el ser humano no encuentra su verdadero lugar, si no comprende su realidad, termina aniquilándose a sí mismo, haciéndole daño a la realidad o negándola, terminará en un proceso irreversible de autodestrucción. El lugar del Hombre no es ser el dueño o señor de todo cuanto existe; se trata de una administración responsable que exige cuidado y que demanda una responsabilidad que se evidenciará con el tiempo.
La relacionalidad ecológica implica el referido cuidado de la Casa Común y de todo cuanto hay en ella. Para eso se necesita una nueva manera de contemplarla; se necesita una educación que se fundamente en la responsabilidad social, en la cultura cívica, es necesario que emerja una nueva conciencia, un hombre nuevo. El Papa Francisco, ha ido dando pasos a cerca de los diversos problemas que hoy se evidencian en la humanidad. En la Carta Encíclica Laudato Sí, afirma que: “No habrá una nueva relación con la naturaleza sin un nuevo ser humano. No hay ecología sin una adecuada antropología”.
Los desastres naturales están asociados a fenómenos propios que tienen sus leyes físicas y que van adecuándose al pasar de los siglos. La naturaleza se protege, se cuida y se regenera; la naturaleza nos suministra lo necesario para el desarrollo de la humanidad, pero también nos demanda, no exige respeto: pide que comprendamos sus movimientos.
El Obispo de Roma, en la Encíclica antes citada, refiere que debemos: “prestar atención a la realidad con los límites que ella impone, que a su vez son la posibilidad de un desarrollo humano y social más sano y fecundo”. Es que si creemos que la naturaleza está formada por seres vivos, los cuales tienen ciclos y procesos, también éstos tienen límites y de la misma manera que la persona humana activa sus límites cuando se ve vulnerada en cualquiera de sus dimensiones, también lo hacen los miembros del ecosistema natural para defenderse.
La amenaza de la ambición humana frente al desastre ecológico que estamos causando es una tarea pendiente. El cambio climático es una factura que no hemos cancelado, no estamos solventes con el ecosistema. Las fuertes lluvias a destiempo; el calor desmedido por la acumulación de gases contaminantes y la condensación nos hacer ser testigos de cosas como las ocurridas en días recientes en Trapichito, Valencia o en El Limón en Maracay, repitiendo historias que causaron en su momento un dolor profundo y que no se corrigieron, pero que tampoco generaron una conversión en nuestra relacionalidad ecológica.
Hemos sido testigo del hambre en el mundo de hoy. Las consecuencias de la pandemia serán devastadoras, como en efecto ya lo son. La ONU manifiesta que se estima en más de 130 millones de personas las que van ser víctimas del hambre crónica, es decir, que no tienen posibilidad alguna de comer nada en el día; el PIB mundial caerá entre el 4, 9% y el 10%. En países como el nuestro la economía no se muestra nada esperanzadora, se considera que el decrecimiento será del -26%, es decir, 26% por debajo de “0”. Todo esto va a repercutir en la vida misma del ecosistema ya que la necesidad hará que se busquen maneras de supervivencia que no se van a enmarcar dentro de un sistema autosustentable, orgánico y ecológico.
Hemos sido testigos del deterioro de las costas venezolanas que hace poco fueron víctimas de la irresponsabilidad, indolencia, negligencia e ineptitud. Cientos de litros de crudo que llegaron a más de 15 Km cuadrados. Una de las cosas más hermosas que tenemos los venezolanos ha sufrido un deterioro que nos va a costar muy caro. Hay una irresponsabilidad colectiva, general; una indolencia con el ambiente que nos rodea. Basura desmedida, agua contaminada, deterioro del pulmón vegetal de nuestro país y del continente. La isla del “plástico”, la contaminación atmosférica, en fin, hemos llevado a la naturaleza a un túnel sin salida en el cual ella no va a permanecer ya que ella tiene sus propios mecanismos para evolucionar. No es verdad que podemos luchar contra la naturaleza y hacer que nos obedezca, eso no es verdad.
La discusión sobre la vida y su valor está nuevamente en la doxa pública mundial. Es
sorprendente cómo algunos foros políticos mundiales dedican largas y largas horas de estresantes y tensas discusiones acerca de la validez o invalidez de la vida humana expresada en el embrión. Resulta asombroso descubrir esto. Son muchos los que defienden la vida, pero sobreviene en este tema una suerte de tiniebla que considera un “don” recibido como una elaboración cultural con la que yo tengo el derecho de hacer lo que me da la gana, con la mía y con la del otro, porque un embrión representa una vida humana distinta.
La razón de ser de una antropología sana como punto de partida para una nueva humanidad y para una relacionalidad ecológica adecuada, es imperiosa. Todo esto es posible desde la educación, desde la formación de la cultura cívica, desde las virtudes ciudadanas comprometidas con la construcción de la ciudad, de la gran ciudad. Una antropología que no niega la condición ontológica de la persona humana, que busca la trascendencia, que no lo aniquila. El Papa Bergoglio sostiene en el numeral 119 de la Encíclica Laudato Si que: “no podemos pretender sanar nuestra relación con la
naturaleza y el ambiente sin sanar todas las relaciones básicas del ser humano”.
La ecología incluye a quienes la hacemos posible al ser humano, y también supone una relación con la divinidad. Aunque conviene decir que una ética sin Dios no asume ni puede aprobar una antropología destructiva, ni siquiera el neo-racionalismo posmoderno puede dejar de considerar que el entorno es necesario y debemos cuidarlo desde una adecuada relacionalidad.