(Por: Nelson Acosta Espinoza)
En 1938 en la ciudad alemana de Múnich se celebró una reunión entre las principales potencias de la época. Conferencia conocida como los acuerdos de Múnich. Los
mismos fueron firmados por los jefes de gobierno de Reino Unido, Francia, Italia y Francia. Como consecuencia se cedió a Alemania la región de Checoslovaquia de los Sudetes de habla alemana. Por cierto a esta reunión no fue invitada Checoslovaquia.
Este acuerdo fue concebido como una revisión parcial del Tratado de Versalles. Se aspiraba a consolidar una paz duradera. Evitar los horrores de la Primera Guerra Mundial.
De todos es conocido el resultado de este acuerdo. No garantizó una paz perdurable. Antes por el contrario, alentó las aspiraciones expansionistas de la Alemania Nazi.
Desafortunadamente la historia se repite. En esta ocasión no es Alemania sino Rusia la que rompe los acuerdos de paz alcanzados en la ciudad de Minsk. Este convenio firmado por Rusia y Ucrania en septiembre del 2015 fue alentado principalmente por el Presidente Francés, François Hollande, y la canciller alemana, Angela Merkel.
Lo esperado sucedió. Rusia invadió a Ucrania y es obvio que su objetivo será anexarse este territorio. Cabe esperar la reacción de los países europeos y, fundamentalmente, los Estados Unidos.
Es importante subrayar que la posición del gobierno y del presidente Maduro de apoyar esta agresión militar derivará en un tratamiento más severo (sanciones) por parte de Estados Unidos. Las consecuencias para la población serán adversas más allá del modesto aumento de precio del barril petróleo que pudiera emanar de esta crisis.
El entorno militar y político que caracteriza a este evento y, hasta ahora, la posición “blanda” asumida por occidente me hace recordar el fuerte liderazgo que ejerció Winston Churchill durante la Segunda Guerra Mundial. A diferencia del Primer Ministro del momento se negó a negociar con la Alemania nazi y enfrentó en forma decidida el peligro que entrañaba Hitler.
Es conocida su célebre frase y, pienso que es apropiada para las actuales circunstancias: “No tengo nada que ofrecer más que sangre sudor y lágrimas”.
En estos tiempos jugar a la centralidad política puede ser peligroso.