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Mi amante italiana

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(Por: Lionel Álvarez Ibarra)

.-La reunión de gerencia estaba terminando, y la doctora de la compañía, que había estado sentada a mi lado, me preguntó en voz baja: ¿por qué está estudiando italiano?
Esperé unos segundos para responderle, miré lentamente hacia los lados, y volteándome de nuevo hacia ella, le susurré al oído: es que tengo…una amante…italiana. Ella abrió aún más los ojos, estalló en risas y exclamó: ¡no es verdad!…¡no es verdad!…¡eso es mentira suya!
Su escandalosa reacción contrastaba con la forma discreta y silenciosa con que me había formulado la pregunta. Los asistentes voltearon, curiosos por conocer el porqué de las carcajadas de la doctora.
Ella, ya sin discreción, compartió con los presentes lo que estábamos hablando. Explicó cuál había sido su pregunta, y  mi respuesta, que tanta gracia le había causado.
Me dejó pensativo su reacción, y me preguntaba: ¿Por qué pensará que no puedo tener una amante italiana? Siendo inteligente, bien parecido y con solvencia económica, ¿Qué más podría desear una amante italiana?
La doctora no comprendió que, ciertamente, tengo una amante, y se llama Italia. La conocí en Venezia hace muchos años, y fue amor a primera vista.  Nuestro encuentro fue muy romántico, cruzando sus puentes y paseando en góndola por sus canales. Italia me demostró que era muy liberal, al permitirme, sin tardanza, recorrer su geografía. Saliendo de Venezia, me detuve por  pocas horas en Padova,  y fueron suficientes para conocer su profunda devoción religiosa.
En Pisa le noté una ligera escoliosis, pero que en nada le restaba elegancia a su esbelta figura, todo lo contrario, esa inclinación es uno de sus principales atractivos.
Recorrí sus caminos de Toscana, y percibí en su brisa, una mezcla de paisajes, historia y  cultura. El centro artístico de Firenze me fascinó, con sus esculturas y museos, que testimonian el trabajo creativo de los genios del Renacimiento. Continué  bajando, mostrándome siempre sus contornos y cautivándome cada vez más con sus encantos.
En Roma, entre iglesias y obras de arte, me atrapó su majestuosidad y magnetismo. En la noche me acompañó hasta la espectacular Fontana de Trevi, en donde, de espaldas, lancé mis monedas.
Al día siguiente, Italia, parafraseando a Goethe, me dijo: «Vedi Napoli, poi muori» (*). Cuando llegué a Napoli, pude reconocer su lado más humano y folclórico, su alegría contagiosa, y su exquisita gastronomía. Contemplé a lo lejos el Vesubio y disfruté  frente a la bahía, “la dolce vita” al más puro estilo italiano. En Sorrento tomé un bote que me llevó a Capri, en donde, sin pudor, me mostró la “Grotta azzurra “.
Pasaron años sin que me reencontrara con mi amante, hasta que me llegó un mensaje en donde me decía que la fontana había encontrado mis monedas, que me concedería mi primer deseo y debía prepararme para regresar ¡a Roma!
Coincidentemente, como si el destino se confabulase, me llegó un aviso de una «scuola» en Firenze, que ofrecía un curso intensivo de italiano, de dos meses, incluyendo alojamiento. Me pareció importante tomarlo, porque cuando se trata de amantes, ¡la lengua es fundamental! Le consulté a mi profesora, y le pareció muy buena idea. Pero cuando le dije que, como mi esposa no hablaba italiano, ni tenía mucho interés en aprenderlo, al irme con ella, estaría hablando español todos los días y perdería mi dinero. Así que estaba pensando en hacer el viaje solo. La expresión de su cara cambió, no me dijo nada, pero como diría mi madre: “no me dijo perro, pero me enseñó el tramojo”.
Nunca se me hubiese ocurrido preguntarle a las amigas de mi esposa, lo que pensaban sobre mi viaje, pero no sé cómo salió a relucir el tema en una reunión en donde se encontraban, y  todas opinaron ¡sin que se les hubiese consultado! Coincidieron en que tenía que viajar acompañado de mi esposa; y lo decían  ¡como si ellas fuesen a pagar los gastos!
La amiga Rosario, como para dar por concluida la controversia, y casi como un regaño, me dijo con firmeza: «Por mi parte, usted, ¡solo no va!”.
Llegó el año 2020 con su pandemia (¡vaffanculo!), y no pude viajar ¡ni a Bejuma!, pero el deseo está allí, concedido, esperando que se haga realidad, y cuando eso ocurra, por supuesto que viajaré a Italia con mi señora, seré su ¡traductor oficial!, una forma también de aprender el italiano.

Lionel Álvarez Ibarra
Enero 2021

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