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Marcel Mangel

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(Por: Lionel Álvarez Ibarra)

El día había amanecido frío y lluvioso en la ciudad de Lille. No obstante, el señor Mangel, como solía hacerlo siempre, madrugó para ir a su trabajo. Antes de salir, se asomó a la habitación en donde dormían sus dos hijos, sintió un extraño deseo de entrar y abrazarlos, pero se contuvo, no quiso interrumpir sus sueños. Cerró cuidadosamente la puerta y partió.

Las tropas alemanas habían invadido Francia a mediados de ese año 1940, ya tenían bajo control la ciudad de Paris, se desplegaban hacia otras regiones  y la llegada a Lille era  inminente.

Pocas cuadras le faltaban al señor Mangel para llegar a su tienda, una carnicería en el centro de la ciudad. A lo lejos divisó vehículos militares, apresuró el paso y terminó corriendo todo cuanto pudo. Azarosamente logró abrir el negocio y entrar rápidamente. Se mantuvo un tiempo recostado tras la puerta, tratando de recuperar el aliento. Ahora entendía la corazonada que había sentido antes de salir de su casa, y se arrepintió de no haber abrazado a sus hijos. Los alemanes derribaron el portón, y al señor Mangel lo sacaron a empellones.

A su casa llegaron los vecinos para dar la noticia. La familia Mangel empacó lo que pudo y huyó a Limoges, al suroeste de Francia. Marcel, el hijo menor, contaba con tan solo 16 años. Con el fin de ocultar sus orígenes judíos, y escapar de la persecución antisemita, decidieron cambiar su apellido original Mangel por Marceau.

Marcel -ahora Marcel Marceau- se unió a la resistencia francesa y posteriormente, sirvió en las fuerzas aliadas que ocuparon a Alemania al terminar el conflicto. Allí logró confirmar que su padre, luego de ser capturado, había sido enviado al campo de exterminio de Auschwitz, en donde  había fallecido.

Marcel había nacido en la ciudad francesa de Estrasburgo, en 1923. Su infancia y adolescencia transcurrió entre Estrasburgo y Lille. Desde pequeño, asistía con regularidad a las funciones de cine de la localidad. Se sintió atraído por la pantomima, tomando como inspiración, a reconocidos actores del cine mudo de la época. En su casa reían, al verlo imitar el inconfundible modo de andar de Charlot, el famoso personaje de Charles Chaplin.

Al término de la guerra, se matriculó en la academia de arte dramático Charles Dullin de París, donde recibió clases de los maestros Charles Dullin y Étienne Decroux, quienes al darse cuenta de su excepcional talento, lo invitaron a unirse a su compañía y le dieron el rol del Arlequín en la película  «Les Enfants du Paradis», que lo hizo famoso.

Es 1947, inspirado en el Charlot de Chaplin, creó a BIP, un personaje caracterizado por su cara pintada de blanco, camisa a rayas y un maltrecho sombrero de copa. Comenzó sus giras por los escenarios, reviviendo la pantomima, un arte que había quedado olvidado en la Antigua Grecia. Se convirtió en uno de los hombres más aplaudidos del mundo, pues con sus movimientos y gesticulaciones, deleitó a miles de personas, aunque en su memoria llevara un pasado tan lleno de tristeza.

Marceau visitó muchas veces a Venezuela. Asistí por primera vez a una de sus funciones, a principios de los ochenta, cuando lo presentaron en el Teatro de la Opera de Maracay. Recuerdo haberle dicho a mi esposa, que valía la pena viajar hasta allá, porque presentía, que pudiera ser de sus últimas giras al país. Me sorprendió qué, diez años después, a principio de los noventa, lo anunciaran en Valencia. Esta vez, además de mi esposa, me acompañaron mis dos hijos, de cinco y nueve años.

Disfruté de las peripecias de BIP, en particular el «sketch» en donde entra a una tienda de máscaras y comienza a probarse decenas de ellas. Su rostro cambiaba totalmente cada vez que se colocaba una, hasta que se puso una máscara que tenía una carcajada y esta se le quedó atascada y no lograba zafársela. Es allí en donde pude apreciar la genialidad de este artista, cuando, manteniendo la máscara de la carcajada, lograba al mismo tiempo transmitir al público  la angustia y el desespero por quitársela.

Esa noche reímos hasta el cansancio. Me distraía solo al observar las caras de alegría y felicidad que mostraban mis dos hijos, quienes parecían entender sin dificultad, los sentimientos y las emociones que el comediante transmitía solo con gestos y sin recurrir a la palabra.

Compartir con los hijos pequeños momentos como esos, es algo que no tiene precio, por la doble satisfacción que dan al vivirlos y al recordarlos. En ocasiones, cuando me reúno con ellos -ahora ya adultos-, y les pregunto si recuerdan aquella presentación, una amplia sonrisa se dibuja en sus rostros, cuando me responden con alegría: ¡claro que la recordamos!

El arte del silencio se llenó de tristeza, cuando el mejor de sus intérpretes, el magistral Marcel Marceau, falleció en Cahors (Francia), el 2 de septiembre de 2007, a los  84 años. Está  enterrado en el cementerio Père Lachaise de París.

Lionel Álvarez Ibarra
Agosto, 2021

«La palabra no es necesaria para expresar lo que se siente en el corazón»
Marcel Marceau

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