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Maestra venezolana conquista el exigente paladar de los bogotanos con la hallaca andina

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Elaborar las hallacas no es  tarea fácil, se debe cumplir con varios  elementos para que quede sabrosa.  Para algunos la clave está en el guiso y  en la masa, además de tener una buena presentación, que junto a la  calidad y  el sabor, la convierte en la comida preferida en la mesa de los venezolanos en Navidad.

En Venezuela se preparan de diferentes formas, dependiendo de la región varían los ingredientes. 

En los Andes, el guiso se cocina crudo y le echan garbanzos; en el Zulia, Falcón y Nueva Esparta, lleva huevos y papa,  mientras que en el Centro del país, el guiso se cocina y cuando está listo se le echa la harina y se mezcla de forma envolvente sin que se le empelote.

El guiso de la hallaca puede ser de carne de res, cerdo, gallina o pollo, o combinado, nada le sobra, nada le falta, en la sazón está la clave.

La clave de las hallacas está en el guiso y la masa

Son infinitas las recetas de las hallacas venezolanas, cada región se adapta a sus gustos y sabores.

Paralelo a este trabajo, se acondicionan  las hojas de plátano, se limpian y se le elimina la vena para facilitar la envoltura.

El pabilo (hilo grueso y resistente)  también tiene su ciencia en la elaboración de la hallaca,  pero nada que no se pueda aprender rápidamente, eso sí, deben quedar bien amarradas para cuando se lleve a la olla con agua y sal, no le entre el agua y pierda el sabor.

Una vez lista, se prueba la primera hallaca, se dejan reposar a temperatura ambiente, algunos la congelan para las fiestas de Navidad, y otros la comercializan inmediatamente.

Detrás de la elaboración de la hallaca en una familia tradicional se esconden varios personajes que cumplen con un papel fundamental.  

En esta ocasión conoceremos la historia de una venezolana, oriunda del estado Táchira, que conquistó  los exquisitos paladares de los colombianos.

Cruzaron la frontera

Consuelo, es una venezolana, profesional de la educación, que dejó atrás los sueños por los cuales se graduó para buscar una mejor calidad de vida en otro país.

 Junto al marido, y sus seis hijos cruzaron la frontera colombo venezolana, y llegaron hasta  Bogotá.

Los días no fueron nada fáciles en el extranjero, y mucho menos con tantos muchachos a su espalda, “Chelo o la morocha”, como la llaman sus hermanas,  nunca  apartó la fe de Dios, y hoy cabalga con su familia en el vecindario  de Suba, Bilbao-Bogotá D.C, donde se dio a conocer por la buena sazón en la cocina.

 En esta temporada se preparó junto a sus hijos a elaborar para la venta ricas hallacas venezolanas, captando el exigente paladar de bogotano que esperaba con ansias saborear el plato navideño con sello venezolano.

Familia unida y manos a la obra

Con los reales en mano, Consuelo se fue con los hijo al mercado, donde adquirieron la carne, el cochino, el pollo, el vino, papelón, alcaparras, aceitunas, uvas pasas, harina de maíz, cebolla, ajoporro, cebollín, pimentón (rojo y verde) ajíes dulces, onoto (para preparar el aceite con color), cubitos, sal,  pimienta al gusto y las infaltables hojas plátano asadas y limpias.

A cada uno de sus hijos, le asignó una tarea, María Auxiliadora, le tocó que limpiar las hojas, junto a su hermanita María Isabela, mientras que Ana María,  ayudó a cortar y limpiar las carnes rojas y blancas.

Mientras tanto, Chelo se encargaba de  sofreír la cebolla, las alcaparras, el ají dulce, el pimentón y el ajoporro en una olla muy grande, donde se le agregó  la  carne del guiso y el papelón, para que los sabores se concentren.

 Una vez que estuvo listo el guiso, se mezcló con la harina de maíz y agua, se le echó aceite de onoto, y amasó todo muy  bien hasta que quedar uniforme, suave y con buen color.

El ritmo del trabajo de la elaboración de la hallaca fue agarrando color y sabor, seguidamente comenzó la segunda fase de este rico plato venezolano.

Sobre las hojas de plátano limpias y cortadas al ojo clínico,  Consuelo comenzó a hacer bolitas de harina bien fina, y las moldeó sobre las hojas  hasta quedar delgada, luego le fue colocando la mezcla del guiso, y acto seguido, los adornos,  es decir, el pimentón picadito, las uvas pasas, cebolla en rodajas, las alcaparras y aceitunas.

Los hijos varones de la maestra, Jesús Miguel y  Gabriel Antonio, le ayudaron en el amarre de  las hallacas, para ello, colocaron el pábilo sobre la hallaca en forma de cuadrículas bien prensadas de modo que  no se le salga el guiso a la hora de cocinarlas. De los hijos, faltó Emmanuel Santiago, quien emigró de Bogotá a Sevilla-España, donde se labra un futuro prometedor.

Una vez que todos cumplieron con la tarea encomendada por la madre, vino el proceso de cocinarla. Paralelo a eso, se limpió el lugar de trabajo, dejándolo pulcro. Pasado el tiempo de varias horas de cocción, la familia probó la primera hallaca, como una forma de control de calidad, ya que la intención era comercializarlas entre las familias bogotanas.

De esa manera, la maestra venezolana, junto a sus hijos intenta salir adelante, pese a que extraña su pueblo natal, los salones de clase y las navidades tachirenses, sigue ganándose el pan de cada día, y agradecida con Dios porque Bogotá le abrió las puertas cuando más lo necesitaban.

Fotos: Cortesía.

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