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Ludwig van Beethoven

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(Por: Lionel Álvarez Ibarra)

El 7 de mayo de 1824, fue una fecha esperada con ansias por la ciudad de Viena. Se había anunciado, para ese día, la reaparición de Ludwig van Beethoven, el más grande de los compositores de la época, luego de más de doce años de ausencia. Era ya, del dominio público, que estaba completamente sordo, y existía gran expectativa por asistir a la función en donde estrenaría su Novena Sinfonía.

Ludwig van Beethoven había nacido en Alemania, en la ciudad de Bonn en 1770. La preposición que antecede a su apellido, no es «von», como la que suele acompañar a algunos apellidos alemanes y que, en algunos casos, señala un origen noble. Su ante-apellido es “van”, y le provenía de su abuelo, quien era un emigrado de la región de los Flandes (Bélgica). Ese término neerlandes «van» es un equivalente al alemán «von», y cuando no tiene valor nobiliario, significa «de».
La música del siglo XVIII había sido dominada por la gran figura de Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791). El padre de Beethoven era un admirador de Mozart, y al notar el talento musical de su pequeño hijo, comenzó a enseñarle piano, órgano y clarinete, con la intención de hacer de Ludwig un nuevo niño prodigio.
Esa obsesión del padre -un músico mediocre y alcohólico que, además, lo trataba rudamente- repercutió en su vida, no solo haciéndolo más introvertido, sino un mal estudiante,  pues llegaba somnoliento a clases, después de desvelarse las noches ensayando. A los 10 años abandonó la escuela para dedicarse de lleno a la música. A esa edad, ya la gente de Bonn pagaba por escucharlo en los conciertos que organizaba su padre.
Luego que su madre murió en 1787, su padre entró en una depresión y su alcoholismo se agravó. Ludwig, de tan solo 17 años, tuvo que asumir el papel de jefe de familia, y para ello, se dedicó a tocar  el violín en una orquesta y a dar clases de piano durante cinco años.

En 1792 marchó a Viena, para ese entonces, la capital musical de Europa, invitado por el compositor austriaco Joseph Haydn. Allí se quedaría por el resto de su vida.
Beethoven se codeaba con la nobleza de Viena. Se enamoró apasionadamente de algunas mujeres de la aristocracia, pero por su clase y nivel social, esos amores no pudieron concretarse. Nunca llegó a casarse ni tuvo descendientes.

Su lenguaje de comunicación era la música, y algunas de sus obras se inspiraron en esos amores platónicos. Sus dedicatorias, quizás por caballerosidad, o para proteger la identidad de sus destinatarias, siempre estuvieron envueltas en un halo de misterio, lo que hizo difícil a sus biógrafos, identificar a quien se las dirigía.
Hay una carta, de más de diez páginas,  escrita a lápiz y dirigida a una mujer a quien llama  “Mi Amada Inmortal”. Ni una sola vez en la carta se revela de quién se trata. Por más de 150 años se debatió sobre su identidad. Pero, entre 1950 y 1970, aparecieron nuevos documentos, otras 13 cartas se consiguieron, aportando indicios que corroboraron lo que, hasta la fecha, habían sido solo conjeturas. Ahora se sabe que estaba dirigida a la condesa Josephine Von Brunswik, con quien  mantuvo una relación amorosa. 
También se ha logrado confirmar que, su famosa balada “A la memoria de Elisa», la llamó así, porque la compuso para Elisabeth Röckel, con quien sostuvo una buena relación de amistad.
Otra dedicatoria esclarecida fue, la de su sonata No.14 -conocida posteriormente como «Claro de Luna»- que fue dirigida a la condesa Giulietta von Guicciardi, de quien se decía estuvo enamorado.
En 1786, el poeta alemán Friedrich Von Schiller publicó su Oda a la Alegría. Su mensaje de hermandad, con versos como “multitudes, fundíos en un abrazo”, emocionaron al joven Ludwig, quien se propuso musicalizarla. Esa idea no lo abandonó, y permaneció  en su mente por muchos años.
Sus problemas de audición empezaron en 1797, cuando tenía 27 años. Comenzó en su oído izquierdo y luego se hizo bilateral. Se pudo establecer esa fecha, gracias a una carta que se encontró después de su muerte y que se conoce como el «Testamento de Heiligenstadt». Cuando Beethoven escribió ese testamento, a la temprana edad de 31 años, tiene que haber previsto cuán solitaria iba a ser su vida como consecuencia de la sordera. Fue dirigida a sus hermanos, y en ella relata su desesperación y profunda amargura, por la enfermedad que lo atormentaba.

En la carta se plantea dos opciones: dejarlo e irse, porque no es concebible un músico sordo, o  reunir fuerzas y escribir todo lo que pudiera antes de dejar este mundo. Fue una suerte para la historia de la música y de la humanidad, que el genio haya optado por seguir adelante. Beethoven guardó ese documento escondido entre sus papeles durante toda su vida, y probablemente nunca se lo mostró a nadie.

En 1809  recibió una invitación, para dejar Viena y radicarse en Westfalia (Alemania).  Tan pronto la aristocracia vienesa se enteró, le ofrecieron una pensión anual, con la única condición de no abandonar la ciudad. Se convirtió en el primer  compositor independiente de la historia, ya que anteriormente la mayoría de los músicos y compositores (incluyendo a Haydn y Mozart) estaban a las  órdenes de las casas de la aristocracia, y componiendo e interpretando según sus amos les pedían. En cambio, las condiciones del arreglo al que llegó Beethoven con sus benefactores, le daban la libertad de componer lo que él quisiera, y cuando él quisiera.

En total, Beethoven compuso 9 sinfonías, 5 conciertos para piano, un concierto para violín, 1 triple concierto para violín, violonchelo y piano, 32 sonatas para piano, 10 sonatas para violín y piano, 5 sonatas para violonchelo y piano, 16 cuartetos de cuerda, una misa (Missa Solemnis), una ópera (Fidelio) y un ballet. Muchas de ellas compuestas, estando ya ¡completamente sordo!

Ya pasaba de los 50 años, cuando en 1820,  retomó aquella idea que llevaba desde su juventud, de colocar el poema de su admirado Schiller en una gran sinfonía. Le tomó varios años completarla. Con la delicadeza y precisión, con que el maestro joyero coloca un diamante en una gargantilla de oro, así posó sublimemente Beethoven la Oda de Schiller en el cuarto movimiento de su Novena Sinfonía.
El ansiado y esperado día del estreno, finalmente llegó, y ese 7 de mayo de 1824, la crema y nata de la aristocracia de Viena abarrotó el Teatro Imperial de la ciudad. Estaban ante una de las mayores orquestas jamás reunida para un concierto, que incluiría algo inédito en este género musical: un coro de voces.
Beethoven dirigió a los músicos con una pasión desenfrenada, sacudiendo su cuerpo y agitando sus brazos al compás de la música. Al finalizar, estallaron los aplausos de un público conmocionado por lo que había escuchado. La Novena era extraordinaria, no solo por su duración y magnitud instrumental, sino también, por la irrupción final de ese coro extraordinario  interpretando el poema de Schiller.

….¡Abrazaos millones de criaturas!
¡Que un beso una al mundo entero!
Hermanos, sobre la bóveda estrellada
debe habitar un Padre amoroso…

Beethoven seguía enfrascado en su partitura cuando la ovación continuaba, y miles de pañuelos se agitaban en el aire. Se dice que una solista, llevándolo suavemente por el brazo, lo hizo girar, y pudo observar al público, fue entonces cuando se inclinó y saludó a sus admiradores por última vez.
Después de esa emotiva aparición, se retiró definitivamente de la vida pública, tenía 53 años y una salud frágil. El más grande de los compositores de la historia, murió tres años después, en Viena, el 26 de marzo de 1827.

Lionel  Álvarez Ibarra
Junio 2021

NOTA: La Novena de Beethoven es la pieza que más ha influido en la historia de la música, y se suele escuchar, cuando se celebran los grandes acontecimientos mundiales. Su partitura original, que se encuentra en la Biblioteca Nacional de Berlín, fue declarada por la UNESCO Patrimonio Mundial de la Humanidad desde 2001; y el fragmento de la Oda a la Alegría de Schiller, es actualmente el himno de la Unión Europea.

La Novena Sinfonía:   https://youtu.be/kbJcQYVtZMo 

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