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Las cosas cuentan nuestra historia

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Columna: Mejor Vivir

(Por: Arnaldo Rojas)

Uno de los aspectos positivos de la pandemia es que nos ha obligado a hacer pausa en el estilo de vida desenfrenado e inmediatista en el que nos desenvolvíamos, donde la costumbre de lo instantáneo nos impedía disfrutar el valor de las cosas más sencillas como decía el poeta Aquiles Nazoa. Entre estas cosas se cuentan los objetos que nos rodean, que utilizamos diariamente y que, por tanto, forman parte de nosotros, de nuestra historia, en ellos dejamos las huellas de nuestro paso por la vida.

Por ejemplo, en los días siguientes a la muerte de un ser querido volvemos a entrar en su casa, ahora vacía de sus palabras y sus risas, pero llena de todo aquello entre lo que desenvolvía su vida. Fotografías, libros, sus platos y tazas preferidas, la bisutería con la que se adornaba, el sillón que usaba para ver la televisión. Las lágrimas nos invaden en nuestro recorrido por las habitaciones que nos eran tan familiares y ahora se han vuelto repentinamente extrañas. Lo que era un espacio común ahora no es sino un lugar de tristeza y recuerdo. Cuando las habitaciones se vacían todo un mundo de remembranzas se irá con las cosas que fueron tan cercanas.

Porque la vida existe depositada en un conjunto de cosas, de objetos. Los objetos no son medios o instrumentos de representaciones antecedentes, sino medios, o entornos, sin los que la vida no puede crecer ni florecer. Son parte fundamental de nuestra cultura. De hecho, hay una nueva modalidad de los estudios históricos que se llama microhistoria. Su enfoque parte de lo más cotidiano de cada época, particularmente los objetos. No hay cocina sin fogones y platos, no hay educación sin pizarrones, tizas, cuadernos y lápices. No hay religiones sin tótems, imágenes, mandamientos escritos en piedra, ritos, vestiduras, máscaras, cilicios, reclinatorios, cálices.

Así como el cuerpo no es el instrumento ni el esclavo de la mente, tampoco lo son los objetos. La pelota no es el instrumento del fútbol sino el constituyente de un juego que hemos convertido en deporte. De manera que las cosas, los objetos no son instrumentos: son estructuradores de posibilidades.

El escritor alemán Bertolt Brecht compuso en 1932 un poema “De todos los objetos” que expresa muy bien lo que las cosas dicen de nosotros. La mirada de Brecht se posa admirada en todo aquello que ha sido marcado por el tiempo, por el uso.  Una calle se va transformando lentamente por el constante transitar de la gente, un libro amado se deshoja de tanto acudir a él para leerlo, platos y cucharas gastadas de tanto uso tiene un encanto especial, parecen estar más allá del tiempo. ¿Será por eso que los niños prefieren los juguetes usados y viejos?

Para concluir compartimos el poema de Brecht.

DE TODOS LOS OBJETOS

De todos los objetos,  los que más amo

son los usados.

Las vasijas de cobre con abolladuras y bordes aplastados,

los cuchillos y tenedores cuyos mangos de madera

han sido tomados por muchas manos. Éstas son las formas

que me parecen más nobles. Esas losas en torno a viejas casas,

desgastadas de haber sido pisadas tantas veces,

esas losas entre las que crece la hierba, me parecen

objetos felices.

Impregnados del uso de muchos,

a menudo transformados,

han ido perfeccionando sus formas

y se han hecho preciosos

porque han sido apreciados muchas veces.

Me gustan incluso los fragmentos de esculturas

con los brazos cortados.

Vivieron también para mí.

Cayeron porque fueron trasladados

si las derribaron, fue porque no estaban muy altas.

Las construcciones casi en ruinas

parecen todavía proyectos sin acabar,

grandiosos; sus bellas medidas

pueden ya imaginarse, pero aún necesitan

de nuestra comprensión. Y, además,

ya sirvieron, ya fueron superadas incluso.

Todas estas cosas me hacen muy feliz.

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