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La vida en bromas

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(Por: Lionel Álvarez Ibarra)

Cuando hablamos de bromas y travesuras, casi siempre recordamos nuestra niñez, y las asociamos a aquellas acciones que realizábamos sin mala intención, que hacíamos más por diversión que por otra cosa.

Cuando niño, tendría unos seis años, recuerdo una que le jugué a mi madre un día de su cumpleaños. Había estado ahorrando por mucho tiempo hasta reunir diez bolívares, que para ese entonces, era una cifra importante. El dinero lo cambié por un billete, de aquellos moraditos, en el abasto de la esquina,  y lo coloqué dentro de una cajita de fósforos. Se me ocurrió la travesura de meterla  dentro de otra caja y ésta dentro de otra. Al final fueron seis cajas en total, una dentro de la otra. Llegó el día, y le presenté la gran caja a mi mamá. Ella comenzó abriendo la primera, luego la segunda, la tercera, pero cuando iba por la cuarta, empezó a llorar. Me imagino, que le dio sentimiento, el pensar que no había nada, y solo era una broma. Mientras lloraba, yo le insistia que no abandonara, que siguiera buscando. Cuando finalmente llegó a la cajita de fósforo, terminamos los dos abrazados y llorando. Una broma que resultó más en llantos que en risas.

Pero las travesuras no se limitan a nuestra niñez, ese niño que todos llevamos dentro, sigue haciéndolas en nuestra vida adulta. De esa etapa recuerdo una ocasión que pasamos un fin de semana en la playa, y mi hijo, que tendría unos 10 años, había invitado a Gianpiero, un compañerito del colegio. Me di cuenta que calzaba unos zapatos de playa idénticos a los míos, del mismo color y de la misma marca; por supuesto, la única diferencia era la talla. Se me ocurrió en la noche, cuando estaba dormido, cambiarle sus zapatos por los míos. Casi no dormí, esperando ansioso el amanecer, para ver su reacción. Se levantó y se calzó los zapatos que le quedaban grandísimos, caminaba hacia un lado y hacia otro, viéndose los pies, hasta que finalmente le revelé la broma y todos nos reímos.

El venezolano por lo general es echador de bromas. Una muy común, cuando acostumbrábamos a comer en restaurantes, era la de decirle al mesonero, cuando estaba recogiendo, que no nos había gustado la comida. Éste, apenas veía los platos completamente vacíos, entendía que era un chiste, y reía. Esa misma broma traté de hacerla cuando terminé de cenar en un restaurante en Bélgica. Era una señora la que me atendía, le dije que no me había gustado la comida, a pesar de lo vacío que habían quedado los platos. La mesera se fue pensativa y al minuto regresó acompañada del Chef, un señor elegantemente trajeado con su chaqueta filipina y su sombrero de cocinero, que lo hacía lucir imponente y más alto, de lo que en verdad era. Visiblemente apenado, preguntó qué cosa no me había gustado. La señora mesera, no entendió la broma ¡era una belga seria!

Echar bromas, y hacer reír a las personas, se pueden considerar componentes del sentido de humor. Pero hay que tener cuidado, porque la frontera entre la gracia y la morisqueta suele ser muy tenue. El humor, como toda herramienta, tiene sus riesgos; al igual que un martillo, que mal utilizado, puede golpearte un dedo. Hay que actuar con inteligencia, tomando en cuenta el momento, las circunstancias, el estado de animo, el grado de amistad, y ¡hasta el país en donde estés! La inteligencia emocional también nos ayuda a evitar traspasar ese límite de lo sublime a lo ridículo, porque nos permite reconocer y entender las emociones de las personas, y poder actuar conforme a ello.

Hasta en los momentos más difíciles, el humor puede funcionar como válvula de escape, y  ayudarnos a enfrentar las adversidades. Es indiscutible el vínculo entre el humor y la salud, tanto física como mental. Una buena carcajada fortalece al sistema inmunológico, regula el ritmo cardíaco, baja la presión arterial, nos hace más resistentes al dolor, y además de otros beneficios, nos mantiene más jóvenes.

A medida que vamos convirtiéndonos en adultos, muchas veces nos olvidamos, de lo necesario que es mantener viva la risa y la diversión en nuestras vidas. Ser divertidos no significa ser inmaduros, sino darnos el permiso para disfrutar y relajarnos.

Hay quienes poseen la fortaleza del humor, y no han perdido su niño interior, a esos les encanta contar chistes, hacer bromas y sobre todo, esparcir su alegría. Hacen reír a los demás desde el lado divertido y agradable de la vida.

Si tienes sentido del humor, debes sentirte afortunado, porque es un talento muy propio de las personas inteligentes. Además, es una de las fortalezas más apreciada en el ser humano. Nunca lo pierdas, utilízalo con prudencia y tino, sin burlas y sin sarcasmo, y aprende a reírte de tus propios defectos.

Lionel Álvarez Ibarra
Abril 2021

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