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La política como entertainment

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(Por: Manuel Barreto Hernaiz)

_»Las elites electrónicas provocarán la aparición de un Cuarto Mundo informáticamente subdesarrollado»_ *Jean Baudrillard*

Hace muchísimos años pudimos asistir a un seminario que impartía el sociólogo Jean Baudrillard, quien dedicase buena parte de su vida a la docencia en la Sorbonne y en Paris-Nanterre. De èl  alcanzamos a tomar ciertos apuntes que mantienen mucha vigencia. En una disertación a propósito del Poder y la política argumentaba que el poder carece de fundamento, que se trata de un juego de apariencias, una alucinación colectiva.

A las masas, a lo social, la clase política y la corrupción le resultan indiferentes.    La masa sólo quiere espectáculo. Muchos años después pudimos entender a plenitud tales aseveraciones.


Vivimos  en una sociedad donde el “voyeurisme” –  lo que en español podríamos denominar «mironismo» – es lo que prevalece; en donde toda la información es mediática, toma todos nuestros espacios, somos unos “tubazos-dependientes”, unos adictos al acontecer de la noticia, de allí, buena parte de aquella explicación, que hace tanto tiempo nos resultaba compleja. Para dar mayor sustento a lo afirmado por Baudrillard, aparece, finalizando de la década de los 80´, un libro del politólogo   Giovanni Sartori, titulado “Homo videns. La sociedad teledirigida” donde expresa que la conciencia de los hombres es determinada por su ser social, y desde esta perspectiva,  el ser humano se ha vuelto estúpido, el  _homo sapiens_ – sostiene Sartori – un ser caracterizado por el logos, por la palabra, por la reflexión, por su capacidad para generar abstracciones, se está convirtiendo en un _homo videns_ , una criatura que mira sin pensar, que ve sin entender, dependiente de la vídeo política transformada en espectáculo, que favorece su emotivización dirigida y reducida a episodios emocionales más o menos intensos. Aparece entonces, de acuerdo a la psico-antropología una alienación recíproca, que viene ser la esencia y el pilar de la esperanza de la ciudadanía transformada en espectadora. Todo espectáculo requiere a quien lo exhiba, al escenario mediático, la puesta en escena y por supuesto, al público; en esa proyección no es cuestión de recurrir a la razón sino a la pasión. La política de estos convulsos tiempos es espectáculo y los ciudadanos  consumidores de cuanto les llega. De allí, la perversa Hegemonía Comunicacional del régimen, pero también el fenómeno se filtra a todos los espacios de comunicación de esa super autopista de la información actual, donde casi siempre opinan los mismos, y lo más delicado, cualquiera puede ser experto en todos los temas, desde las modalidades para enfrentar la pandemia – sin ser epidemiólogos- hasta que ocurre en la refinería » El Palito» sin haber traspasado su puerta en ninguna ocasion, hasta de cómo recuperar la moral extraviada de unos políticos mutados en una fusión de Anthony Hopkins con Robert de Niro… También Vargas Llosa se lamentaba al anotar que la política ha experimentado una gran banalización y los tics mediáticos cobran más importancia que las razones, programas  ideas y doctrinas. La política como espectáculo podríamos afirmarlo, ve sus primeras luces acá en nuestro país, con el siempre bien recordado Renny Ottolina; luego la veremos con Reagan en los Estados Unidos, continúa con Berlusconi en Italia, para afianzarse en este momento con  Donald Trump; a quien montó el uso de una extraordinaria herramienta como el Facebook… y puede bajarlo la alianza mediática más fuerte de su país. Tengamos presente que a los norteamericanos no les le importa la naturaleza de sus líderes, sino que sean capaces de mantener la supremacía de EE.UU, y reencauzar su presencia como un poder homogéneo a nivel global.


Son contados los políticos que actualmente no utilizan la política como espectáculo y a las instituciones como escenario donde poner en escena el guión de su obra. El público es un escenario, decía Baudrillard, y la representación es una escena, luego se trata siempre de una puesta en escena, de una representación. Cuando se habla de problemas que están más allá o más acá de la representación misma,  se puede dar una paradoja.   No se enfrenta al público o a los medios aunque sea para hablar del principio del fin o fin del principio, o de cualquier cosa. Pero es la paradoja de todo discurso.

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