Una reflexión a propósito del Día del Maestro
Columna: Violencia, Cultura y Religión
(Por: Pbro. Luis Eduardo Martínez Bastardo)
Lmartinezbastardo@yahoo.com
@luiseduardomb
@luemba22
Algunos especialistas recomiendan que los títulos no deben comenzar con preguntas, sin embargo, esta no es una pregunta cualquiera, se trata de una pregunta retórica, una pregunta, como llaman ahora los psicólogos, generadora, cuya pretensión es que emerjan respuestas pertinentes y adecuadas. El asunto de la educación es una cuestión que parece nunca va a tener fin. Educar siempre será un reto, un desafío; educar siempre va a significar buscar respuestas adecuadas, respuestas renovadoras, respuestas que se ajusten. La discusión acerca de la educación no va a terminar jamás porque educar tiene que ver con la complejidad de la mente humana; educar es entrar en el ámbito de la antropología, del misterio del hombre y este misterio va a existir mientras exista sobre el universo la humanidad.
Hoy en torno a la educación se pueden evidenciar situaciones problematizantes que pueden cuestionar la función educativa socialmente hablando, es que parece que la educación no está mostrando los productos de su proceso. Por una parte el binomio que a lo largo de los años hemos memorizado, la educación como un proceso de enseñanza-aprendizaje y que para algunos es un insulto al constructivismo.
La concepción educativa desde esta dimensión expresa que el sujeto-objeto no tiene más que escuchar a quien tiene delante de él, es la visión autoritaria de la educación, establecer una relación de dominio-sumisión. Ante esto se presenta el reclamo de los que contemplan la educación como un proceso pero en el que el sujeto-objeto va edificando, no es dado es construido, hay una “metarresponsabilidad” (me perdonan el neologismo), no solo una responsabilidad.
Otra visión bien conocida por todos es el considerar la educación como el suministro de información que puede saciar el academicismo y el intelectualismo demandante y que puede correr el riesgo de abandonar la dimensión trascendental del sujeto-objeto. La palabra abastecimiento en esta concepción puede ser importante y entrar en un punto de inflexión. Se ponen en contraposición las palabras “dar” y “educar”. La Revolución Industrial impregnó todas las esferas de la vida humana, todo
lo que tenía que ver con lo humano fue humectado, empapado por esta Revolución. La educación misma no escapó de esta influencia no muy buena y la comercialización fue notoria en un proceso tan sublime como lo es tocar el alma del sujeto-objeto para que su ser pueda elevarse y alcanzar un nivel de vida distinto. Para esto se educa el ser humano.
En algún momento de la historia del pensamiento humano, la inteligencia, entendida ésta como la acumulación de conocimientos académicos y el uso de los mismos para el usufructo, comenzó a ser más importante que la virtuosidad, que la vida virtuosa. Probablemente esto se lo debamos también a la modernidad. De hecho, para soslayar un poco el efecto intelectualista y para acallar nuestra dimensión moral o ética o ética-religiosa, se introduce el término, valores y no es que este tenga algún impedimento, es que esta no es una palabra que forme parte de la filosofía, sino de la economía. En este momento, educar dejó de ser un proceso integral y se fraccionó, comenzó a preocupar más el intelecto que el espíritu.
Pero lo que parece ser peor en la configuración ontológica del ser humano como ser relacional y como ser consciente de esto, es que en el algún momento el corazón de la sociedad que es la familia también abandonó su rol en la educación del sujeto-objeto. La familia, movida por diversas razones comenzó a delegar este proceso en el Estado, o en los gobiernos para que formaran a sus miembros. No podemos pasar inadvertido aquí la dificultad que tenemos al hablar de familia, que es otro tema.
Esta construcción histórica nacida del problema de educar fue permeándose de diversas situaciones y conflictos que sirvieron de agravantes; de dificultades verdaderas complicadas para resolver. La sociedad comenzó a demandar a la educación un producto bien elaborado, un sujeto que actúe según su “educación”, que se corresponda con lo que aprende en el sistema (¿y la familia?). Y es que la esencia de la educación es la natalidad, es decir, el nacimiento de nuevos ciudadanos.
Aunado a todo esto se encuentra el conflicto político que puede representar la educación o mejor dicho, educar. A lo largo de la historia la educación ha sido también un instrumento político, de dominación por una parte, porque educando a los niños se influye también en los adultos; porque cuando hay crisis política, hay crisis educativa y lamentablemente se estremecen los cimientos sociales; la educación se convierte en un instrumento de actividad política y la propia actividad política se
concibe como una forma de educación. Nos los dice el Libertador Simón Bolívar en su magistral discurso del Congreso de Angostura, que la educación es el camino por el cual avanza y transcurre el desarrollo de los pueblos.
Pero también es evidente que cuando la educación se convierte en un medio emancipador, la estrangulan. Cuando la educación impide su politización, su sometimiento, el Estado la subyuga, la domina. Sin temor a equivocarnos, entre educación y política hay también una tensión dialéctica y esto no es gracias a la educación en sí misma sino a la instrumentalización de ésta.
No se trata de reinventar epistemológicamente la educación. La educación como ciencia ha ido respondiendo dinámicamente en cada contexto y en cada sociedad, se trata de un nuevo planteamiento metodológico, es decir, en palabras de Hegel, hacer de la educación un movimiento dialectico, que pueda entrar en la conciencia y sea una verdadera experiencia, una experiencia contextualizada. En las diversas nociones de educación que el profesor Morales esboza en su tesis doctoral, emergen algunas
palabras que nos ayudan a situar el problema educativo: un discurso conflictivo, con implicaciones antropológicas y complejo.
La educación hoy debe plantearse la configuración de un sujeto-objeto que sea consciente de su responsabilidad sociopolítica, no político-partidista, sino de su responsabilidad con la polis, con la gran ciudad. La educación deben hacer brotar las categorías ontológicas de la sociabilidad que posee el anzropoi; incluso si nos quedáramos con la dimensión intelectualista de la educación, aun así el sujeto-
objeto tiene que implicarse indefectiblemente con la construcción del ethos. No se trata de una educación para la política ni de una educación en política, se trata simplemente de una educación política, es decir, se trata de vivir en consecuencia con lo que “es” ontológicamente.
La educere exige la formación interior de la conciencia, y esta es mucho más que una simple enseñanza. No es tanto educar a los niños como lo determina la locución original, cuanto más, considerarla como un proceso de estructuración, consolidación y promoción de capacidades personales fundamentales para participar de la construcción de la sociedad de un modo consciente, libre, responsable y solidario tanto en el tejido de las relaciones interpersonales como en la vida social. Un
ser humano distinto requiere una educación distinta. La ciudadanía actualmente responde y es consecuencia de la educación política que ha recibido. El cambio de la ciudadanía vendrá desde el cambio de los paradigmas educativos en orden a la política y la economía.
La educación es un ámbito de la vida humana, por eso suscribimos lo referido por el profesor Morales cuando dice que ésta tiene implicaciones antropológicas. La crisis que atraviesa el mundo de hoy es del Hombre, no de las instituciones. Somos los seres humanos los que hacemos las instituciones, y las instituciones hacen la sociedad. Benedicto XVI tiene mucho tiempo hablando sobre la crisis antropológica, es decir, habiendo entrado en un limbo epocal, después de la posmodernidad, ya el
Hombre ha perdido su referencialidad, incluso la autorrefencialidad, poniendo la mirada otra vez en Victor Frank, ha perdido el sentido. A esto también podemos llamarlo vacío existencial.
A la par de la Crisis Antropológica de la que el Papa emérito ha hecho abundantemente referencia, encontramos un derivado, se trata de la Emergencia Educativa, otro de los urgentes llamados que ha hecho este gran sabio del siglo XXI. Si bien es cierto que las sociedades modernas están dando pasos importantes para convertirse en sociedades del conocimiento, es decir, que están preparando a sus profesionales del futuro, también es cierto que el vacío existencial sigue ganando
espacio, la plena realización del ser humano no pasa solamente por el profesionalismo en miras a la acumulación de bienes y servicios; hay todavía algunas deudas con la dimensión sobrenatural. La educación política puede responder a esta dificultad histórica que exige y demanda a un ciudadano que viviendo virtuosamente se comprometa con la construcción de la sociedad. La vivencia de la virtud toca el ontos del ser humano.
Por eso en esta reflexión en voz alta comienzo con una pregunta, porque aunque es una pregunta socrática, al escucharme, me doy cuenta que la respuesta emerge de mí mismo; no podemos seguir invirtiendo energías en plantearnos una nueva educación, como si esta se direccionara a otra cosa o si estuviera llena de otros elementos, lo que debemos hacer es reinventarnos el “cómo”; la episteme y el
telos, están claros, a lo que se nos invita siempre a revisarnos es el método. La respuesta a la Crisis Antropológica o a la Emergencia Educativa no la vamos a encontrar cambiando la esencia, la encontraremos dimensionando nuestra manera de actuar y contextualizándola adecuadamente.