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La democracia americana apuesta por la paz en Colombia

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(Por: Rubén Limas)

No había pasado ni media hora de los anuncios oficiales para que las redes sociales se desbordaran en el acostumbrado caudal de análisis exprés y opiniones instantáneas, tan común en estos días. No era para menos: después de años de dimes y diretes, violencia política, abusos de poder y conspiraciones, al fin el ex presidente de la AN saliente, Juan Guaidó y el Gobierno Nacional asomaron la posibilidad de un nuevo proceso de diálogo político.
Los hechos fueron aconteciendo de a poquito y con cautela, como es normal que ocurra en el delicado oficio de la diplomacia y la política. Primero , la ya conocida conformación negociada del Consejo Nacional Electoral (CNE), que abrió la compuerta de la posibilidad de un acuerdo aún más grande y desde luego mucho más importante, que no es otro que una mesa de entendimiento, para fijar programas electorales, soluciones efectivas para los males del país, acuerdos políticos y una plan conjunto para alivianar las sanciones.
Obviamente que este paso tiene sus detractores, pero no perderemos las líneas de este importe espacio de expresión para condenarlos, que sea la historia quien con su objetividad impoluta se encargue del destino de los falaces. Lo que sí puedo es celebrar, con profundo júbilo, que aquellos que hace meses nos llamaban «alacranes» por querer ir a una cita electoral, hoy están analizando propuestas para salir a medirse en los comicios.
Sin embargo, estas líneas no van dedicadas hoy a analizar la buena noticia de la política actual en Venezuela, sino a abordar un tema de igual importancia, de similar preocupación y también de profundo dolor: el conflicto colombiano.
Decía el poeta John Donne, citado por el norteamericano Ernest Hemingway en su obra maestra Por Quien Doblan Las Campanas, que «Nadie es una isla, completo en sí mismo; cada hombre es un pedazo de continente, una parte de la tierra (…) La muerte de cualquier hombre me disminuye porque estoy ligado a la humanidad; por consiguiente nunca hagas preguntar por quién doblan las campanas: las campanas doblan por ti.”
Inspirado en esta hermosa frase del gigante inglés, me atrevo a afirmar que lo que sucede en la hermana República de Colombia es algo que afecta profundamente a los venezolanos.
Porque por siglos, desde nuestra gesta independentista, hemos compartido similar suerte política, guiados por los espíritus de Simón Bolívar y Francisco de Paula Santander echamos a andar nuestras democracias, con muy parecidas características y desde luego con cercanas tragedias.
No hace falta recordar que es Colombia receptora de muchos de nuestros compatriotas que abandonaron el suelo patrio para probar suerte en tierras neogranadinas , así como en la época de oro de nuestra democracia, por los años del gobierno de Carlos Andrés Pérez, fuimos refugio de millones de colombianos que vieron en la entonces pujante Venezuela un espacio para crecer juntos a sus familias, al punto que sería hoy una imprecisión tremenda no hablar de la colombo-venezolanidad, hija de ese encuentro social e histórico.

Es por eso que, respetuosos a la libre determinación de las Naciones y siendo prudentes con la realidad ajena, hacemos un llamado al entendimiento político y a la paz en Colombia. A qué se levante la bandera de la civilidad y se deponga la actitud hostil de cada bando en conflicto.
Es muy difícil arriesgar un análisis sin caer en el delicado territorio de la injerencia, pero sí podemos asegurar, con la mayor y lamentable experiencia que nos dio la historia reciente en Venezuela, que la violencia política no ayuda a resolver ningún problema; que matarse entre hermanos es un hueco sin fondo que solo deja culpa, dolor y muerte.
Indistintamente de la legitimidad del reclamo popular, siempre es prudente insistir en agotar las vías diplomáticas, políticas e institucionales. Pues es tan recriminable la violencia policial y el crimen desde el abuso del poder, como el caos y la hostilidad de quién para hacer una crítica, arrasa contra el orden.
¡Ay del político que se aproveche del reclamo del humilde para sembrar odio! Pues ése está doblemente condenado por Dios y por la historia, porque se aprovecha del dolor del pobre para alcanzar objetivos políticos y personalísimos.
Desde Venezuela llamamos con el corazón a un entendimiento, instamos a la conformación de mesas de negociación. Nos ponemos a la orden para acompañar cualquier proceso, pero le pedimos en nombre de la democracia regional: depongan la violencia y hagamos historia. Lamentablemente en este plano no contamos con la suerte de la resurrección de los muertos, por lo que es un deber humano preservar la vida de los ciudadanos y de un país entero.

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