(Por: Lionel Álvarez Ibarra)
.-Tan pronto comencé a escribir sobre ingenuidad, recordé la ocasión en que fui a visitar a mi amigo Fernando a pocos días de haberse mudado a su nueva casa. Era grande y de varios niveles. Luego de un breve recorrido, me decía que estaba interesado en adquirir cuadros de grandes dimensiones, de pintores reconocidos para cubrir tantas paredes; pero quería que fuesen económicos. Le dije que lo que tenía que buscarse entonces era a ¡un pintor ingenuo!
Aunque entendió entre risas claramente mi mensaje, la sugerencia no tenía por qué darle resultados. El hecho de que un pintor sea ingenuo no quiere decir que sea tonto como para regalar su trabajo. En las artes plásticas la denominación «naif» (del francés naïf, ‘ingenuo’) se refiere al artista que no ha tenido academia, que utiliza colores brillantes, contrastados, con medidas desproporcionadas y una perspectiva característica del dibujo infantil, el del niño que es ingenuo por naturaleza.
La ingenuidad en la infancia está totalmente entendida, es una característica propia de la falta de experiencias, y les otorga a los pequeños, candor y ternura. A medida que vamos creciendo, información y conocimientos nos van llegando, y descubrimos, muy a nuestro pesar, que muchas de nuestras más bellas creencias infantiles eran sólo fantasías. Los primeros delatores son nuestros propios amigos, el vecino o el compañerito de clase. En principio nos cuesta creerlo, pero llega el momento en que no nos queda más remedio que aceptarlo. El descubrir quien en verdad trae los regalos del Niño Jesús, es quizá la primera gran desilusión de la infancia.
Ingenuidad me acompañó desde que tuve uso de razón, y estuvo siempre a mi lado como un hada madrina. Sentí tristeza y decepción al despedirme de ella. Le recriminé que me hubiese engañado por tanto tiempo. Me escuchó pacientemente y luego, notablemente afligida, me aseguró que siempre lo hizo con buenas intenciones, su misión era que pudiésemos disfrutar del mundo sin maldad y tener momentos de verdadera felicidad. Sus argumentos me convencieron y nuestra separación se realizó en buenos términos. Me prometió que no me abandonaría por completo, que en ocasiones me visitaría y que tuviera cuidado de no confundirla con estupidez.
Hoy en día, le doy gracias por haberme acompañado en mi infancia. Sin ella hubiese sido imposible realizar aquellos viajes maravillosos por el espacio sideral con un carnet firmado por el mismo Buck Rogers, que me acreditaba como guardián del universo. Me permitió ver, en una simple caja de cartón, una verdadera nave espacial y viajar con los superhéroes.
Todavía me consigo a Ingenuidad de vez en cuando, siempre acompañando a los más chicos. La última vez fue en diciembre pasado. Estaba con mi sobrina Valentina de cuatro años, quien manifestaba preocupación a su papá, ya que se iban a pasar las Navidades a San Cristobal y ella se preguntaba si el Niño Jesús llegaría allá tan lejos. Ingenuidad me guiñó el ojo cuando el padre de Valentina le explicaba que el Niño Dios conoce todas las direcciones y le aseguró que sí llegaría a San Cristobal sin ningún problema.
Ingenuidad ya no me visita tan a menudo, pero disfruto, e inclusive soy su cómplice, cada vez que la veo con los niños. Sentimos alegría al verla llegar a casa acompañando a los nietos y sobrinos más pequeños. Cuando ellos reaccionan y se comportan con ingenuidad, nos reímos por sus ocurrencias, percibimos su dulzura y nos provoca abrazarlos ante tanta bondad.
¡Cuánto no daríamos para que momentos como esos se repitiesen una y otra vez!
¡Gracias Ingenuidad!
Lionel Álvarez Ibarra
Septiembre, 2023
“El hombre noble conserva durante toda su vida la ingenuidad e inocencia propias de la infancia”.
Confucio