Cada 2 de noviembre, la Iglesia Católica conmemora a todos los fieles difuntos, a todos aquellos hermanos nuestros que han partido hacia el encuentro de Dios y aún se encuentran purificándose en el purgatorio.
Hoy miles de personas en todo el mundo visitan los cementerios para honrar la memoria de sus seres queridos y de todos aquellos que partieron al encuentro con Dios.
En este día la Iglesia toda dedica la liturgia a animar a los fieles a rezar por el eterno descanso de quienes han fallecido, con la esperanza de que todos, en ‘el día que no conoce el final’, nos podamos reunir en el amor infinito de Dios.
Constituye una obra de caridad indispensable que quienes aún peregrinamos en este mundo oremos y hagamos sacrificios u ofrecimientos por las almas del purgatorio, conscientes de que muchos entre quienes nos han precedido necesitan aún purificar sus faltas para poder gozar de Dios de manera definitiva.
Dice el Papa Francisco: “El recuerdo de los difuntos, el cuidado de los sepulcros y los sufragios son testimonios de confiada esperanza, arraigada en la certeza de que la muerte no es la última palabra sobre la suerte humana, puesto que el hombre está destinado a una vida sin límites, cuya raíz y realización están en Dios”.
Es importante que guardemos el debido respeto en los cementerios y camposantos. Ciertamente, hay una diversidad de costumbres presentes y arraigadas, que pueden o no ser parte de lo que se denomina la piedad popular. Sea como fuere, esta conmemoración no puede ser pretexto para abandonar el recogimiento, la oración de intercesión o la conciencia de que somos pecadores, y necesitamos todos, vivos y muertos, de la misericordia de Dios.
Con información de AciPrensa