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Hacia un nuevo relato político

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(Por: Nelson Acosta Espinoza)

.-Son inocultables los síntomas de deterioro. La vida se hace mas cuesta arriba. Una suerte de igualdad desastrosa arropa con su manto a la mayoría de la población del país. Por ejemplo, el salario mínimo se acerca, hoy día, a un dolar mensual, los recientes estudios llevados a cabo por universidades nacionales, en particular la UCAB, estima una caída de la actividad económica de (-) 30%. Instituciones, que en el pasado jugaban un papel prioritario en la formación de recursos de alto nivel, se encuentran deterioradas y lejos de asumir con plenitud el rol que históricamente le fue asignado. En fin, estamos en presencia de la crisis más profunda que haya padecido la sociedad venezolana en toda su historia.
A este señalamiento habría que añadir otros de naturaleza cultural y psicológica. Los venezolanos han internalizado, por largo tiempo, la idea de que somos un país rico. Esta visión la ejemplificó, muy bien, un Presidente (CAP) que se planteó transformar a Venezuela en una gran nación con capacidad para competir con los poderes económicos y políticos de la época.
Desde otra narrativa, Chávez intentó otorgar al país un rol protagónico en el
concierto de las naciones a escala mundial. En especial las de vocación
socialista. Todas estas circunstancias sucedían en el marco de un profundo deterioro de la economía marcado por un descalabro de la industria petrolera. Cada vez su
capacidad de producir y, en consecuencia, generar rentas disminuía dramáticamente. Es importante subrayar que frente al deterioro del modelo económico rentista, la institución del petroestado y la democracia “pactada” conspiraron fuertemente para moldear y priorizar las preferencias de corto plazo de los gobiernos en orden de evitar hacer los ajustes necesarios, incluso a expensas de la productividad económica y la futura estabilidad política.
En ese sentido una peculiar política de estado comenzó a implementarse. Por
ejemplo, los gobiernos de la época, en especial el de carácter socialista, lejos
de diseñar políticas que fueran al encuentro de las graves distorsiones existente en la economía del país, esbozaron repuestas parciales que incrementaron la corrupción, la búsqueda y apropiación de la renta por parte de aquellos que comprendían que la danza de los millones había llegado a su fin.

Lo he señalado en anteriores escritos. El país ha llegado al fin de una etapa y debemos asumir las consecuencias de naturaleza política y social que esta circunstancia implica. En principio debemos diseñar un nuevo relato que desplace al que ha estado vigente desde el siglo pasado. Una nueva narrativa que dé un nuevo sentido a la realidad y que convierta en comunicación el nuevo proyecto político.
Desde luego lo propuesto no es tarea fácil. A pesar de los grandes desequilibrios existentes gran parte de la dirigencia piensa y actúa al interior de los viejos marcos. Están “construidos” como sujetos de acción colectiva dentro de la vieja narrativa. Ello explica porque las diferencias entre los partidos políticos (gobierno y oposición) no conllevan una fractura de naturaleza sustantiva. Hasta cierto punto, el petroestado, ha homogeneizado y desideologizado la dinámica política en el país. Circunstancia que ha tenido efectos empobrecedores desde el punto de vista del debate de ideas. Es indispensable, entonces, desmontar esta cultura y abrirnos hacia nuevas configuraciones. Recalcar, por ejemplo, que Venezuela no ha gozado plenamente de una democracia donde los contenidos liberales sean los hegemónicos. Antes por el contrario, las ideas socialistas, en sus diversas versiones, son las que han predominado en el país.
Ahora bien, como podemos lograr este objetivo. Hay autores, por ejemplo, que enfatizan la presencia de una mentalidad de pobreza en amplios sectores de la población que pudiera caracterizarse, entre otras cosas, por su apego al presente y falta de visión de futuro. En otro orden de ideas, existe entre las cúpulas dirigentes del país una aversión a construir en forma clara y enfática una opción de naturaleza capitalista. El largo período de una economía de sesgo socialista coloco esta opción fuera de los relatos políticos vigentes. Puede parecer una exageración, pero la casi totalidad de nuestros actores políticos militan dentro de esta opción en sus distintas versiones.
Me voy a permitir citar a Vargas Llosa en un reciente artículo donde describe con claridad lo que intentamos trasmitir. “He ahí una de las grandes paradojas de nuestro tiempo: el sistema que ha traído modernidad, prosperidad y sobre todo libertad a los países más adelantados del mundo, suele ser impronunciable y ningún líder político que se respete se atrevería en el tercer mundo a promover una fórmula “capitalista” –palabra maldita- a sus electores, pues lo más probable es que tendría muy pocos”.
Los demócratas enfrentamos diversas tareas que deben ser asumidas con sentido de inmediatez. Por ejemplo, ¿cómo transmitir los valores del capitalismo y la democracia liberal a la población? ¿Cómo traducir electoralmente estas tareas? En fin, ¿la coyuntura post petrolera y el agotamiento del modelo rentístico brinda oportunidad para formular un nuevo proyecto político?
Mi respuesta, desde luego, es afirmativa. Estamos frente unas circunstancias, guardando las distancias, homologas a las que enfrento la generación del 28. Esos jóvenes universitarios construyeron un relato político y cultural que proporcionó direccionalidad a los cambios sociales que se sucedieron posteriormente. Los demócratas liberales se enfrentan a un reto parecido.
Deben construir un nuevo relato político que desplace el que ha estado vigente y que ha sido responsable de la implantación de una democracia de baja intensidad que ha abierto las puertas al autoritarismo socialista.
En fin, el punto de partida ha de ser asumir el capitalismo sin complejos y relatar apropiadamente sus beneficios.

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