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Fratelli Tutti: Una nueva educación para una nueva humanidad. III Parte

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Columna: Violencia, Cultura y Religión

(Por: Pbro. Luis Eduardo Martínez Bastardo)

Lmartinezbastardo@yahoo.com

Nada de lo que vivimos como Nación le es indiferente a la humanidad, no la excluye de los dramas que compartimos: nuestra precaria calidad de vida que se desliza entre la escasez del gas, la gasolina y los cortes de luz groseramente frecuentes; la fragilidad de un sistema de salud que ya estaba en crisis y que ahora le ha cobrado, gracias al virus, una cantidad de vidas inocentes del personal sanitario que estaban en la primera línea de servicio desinteresado, recibiendo un salario pírrico y risible; como Nación somos testigos de que ya está por encima del 70% la pobreza extrema en el país; los comedores populares de las caritas parroquias cada vez están más llenos de parroquianos que van en busca de algo qué comer. El deterioro de las calles, la deficiente prestación de los servicios públicos, en fin, los dramas que atraviesa la humanidad, –y esta es nuestra humanidad porque es nuestro país-,
muestran cada vez más dramáticamente una realidad que se proyecta poco esperanzadora. En nuestra amada Patria, las cosas no se resolverán solo con elecciones.
En la pedagogía del Papa Bergoglio, no es extraño encontrarnos con un elemento positivo al inicio de sus intervenciones. El Papa parece haber comprendido que toda comunicación asertiva comienza siempre destacando los elementos positivos de la realidad. La desesperanza no puede ser el criterio, aunque, como ya lo ha referido el mismo Papa en el capítulo precedente, quienes detentan el poder en los regímenes populistas atacan duramente la autoestima de los pueblos, pero aun así, y en esos momentos, también “Dios sale a salvar y visitar a su pueblo” Lc 1, 68.
Las calamidades que atraviesa la humanidad, las vivimos los discípulos de Cristo: “los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo.
Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón”, y evocando una de las citas más hermosas del Concilio Vaticano II, el Papa comienza a llamar la atención de los lectores introduciendo una reflexión espléndida, sensibilizadora, profunda sobre la significativa parábola del Buen Samaritano.
Estas líneas son un análisis que pretende extraer las categorías que brotan de la pedagogía del Papa argentino para procurar una nueva educación que pueda contribuir a una nueva humanidad. Como se trata de una contextualización de este pasaje bíblico, vamos a poner la mirada en tres núcleos que pueden ser los hilos dorados de este segundo capítulo. El primer núcleo es: Las relaciones entre
nosotros; el segundo: Le regaló cercanía y el tercero: Ciudadanos del mundo entero.

Las relaciones entre nosotros
Las parábolas son un modo de hablar característico de Jesús, no fue él el creador de este discurso, pero nadie lo ha empleado como él. La parábola permite que el corazón de quien la escucha se conecte con la verdad que no brota de una imposición positiva como una ley que viene de fuera sino que se trata de un salto cualitativo a la verdad que se abraza y se recibe y vibra en el alma del oyente; esto es el efecto de quien escucha a Jesús hablar del Buen Samaritano; “la parábola se expresa de tal
manera que cualquiera de nosotros puede dejarse interpelar por ella”. Las relaciones interpersonales han sido un reto permanente para la vida social, el Papa nos recuerda que en la Biblia, también encontramos este desafío en el cual Dios interviene. Nuestras relaciones se han visto afectadas y determinadas por indiferencia, egoísmo, enemistades, violencia, la parábola es un reclamo a superar lo establecido como norma del mundo y caminar en los nuevos horizontes de la cercanía.
Ante la pregunta ¿Y quién es mi prójimo? La respuesta de Jesús es didáctica, no se entretiene en explicaciones racionales sino que suscita la respuesta. La comprensión veterotestamentaria era que el prójimo se entendía como el connacional. Como en toda relación, y también en la relación con Dios, el pueblo de Israel fue progresivamente descubriendo que Dios no hacía esta distinción. “El deseo de
imitar las actitudes divinas llevó a superar aquella tendencia a limitarse a los más cercanos: «La misericordia de cada persona se extiende a su prójimo, pero la misericordia del Señor alcanza a todos los vivientes» Como lo afirma el libro del Sirácide”. Solo desde el amor es que podemos tender puentes, romper barreras; “amor que sabe de compasión y de dignidad”. Los códigos de relacionalidad entre nosotros deben ser cambiados. La pandemia nos impuso una circunstancia distinta, incluso a repensar el asistencialismo de dar de lo que me sobra o de realizar obras sociales espasmódicas, frente a una demanda de cercanía existencial que grita la persona humana de hoy y que le brindemos “algo que en este mundo ansioso retaceamos tanto: tiempo”.

Le regaló cercanía
El magisterio pretino de Francisco ha ido incluyendo vocablos novedosos que pertenecen a su contexto vital; éstos se han convertido en el glosario eclesiológico del Papa. Una de esas palabras que ha resonado fuertemente es Periferia. Se trata de una situación de exclusión, de estar fuera, como se encontraba el “extraño del camino” del que habla Jesús en la parábola. La periferia habla de sufrimiento, de dolor, de exclusión; muchas veces manifiesta una situación injusta y toda injusticia
espera de nosotros una respuesta que restituya la justicia. La cercanía es involucrarse en la vida del otro no para dominarlo o hacerlo depender, sino para contribuir, para expresarle compasión; la cercanía es hacer propia la fragilidad de los demás; “nos revela una característica esencial del ser humano, tantas veces olvidada: hemos sido hechos para la plenitud que sólo se alcanza en el amor”. La cercanía es ponerse en camino.
El grito urgente de una sociedad que ya no puede más con la indiferencia y con los proyectos políticos que excluyen a unos y que discriminan a otros; una sociedad que necesita del oxígeno de la solidaridad sincera, de la compasión de todos, de la amistad social, libre de proselitismo. La pedagogía de Francisco parece recordarnos que la nueva sociedad exige nuevos ciudadanos, entre nosotros no puede seguir existiendo dos clases de personas: “las que se hacen cargo del dolor y las que pasan de largo”.

Ciudadanos del mundo entero
Ha palabras que han ido cayendo en desuso, ciudadanía es una de ellas. La complejidad de su comprensión, lo lejos que estamos de la construcción de este concepto y la criminalización de la política como esencia ciudadana han hecho que se minusvalore en los usos y costumbres. El mundo globalizado nos impuso vivir superando los límites y las fronteras, ahora no solo vivimos una ciudadanía nacional, sino que conformamos una ciudadanía universal; definitivamente lo que hacemos
repercute en nuestro entorno como un efecto cascada que puede ser indetenible. “La reconciliación reparadora” es la propuesta del Papa. No es una cruzada que va en busca de apropiarse de lo que le pertenece a la humanidad, ni a reclamar violentamente sus derechos, se trata de una conversión: “alimentemos lo bueno y pongámonos al servicio del bien”.
“En la sociedad globalizada, existe un estilo elegante de mirar para otro lado que se practica recurrentemente: bajo el ropaje de lo políticamente correcto o las modas ideológicas, se mira al que sufre sin tocarlo, se lo televisa en directo, incluso se adopta un discurso en apariencia tolerante y repleto de eufemismos»”. Lo políticamente correcto es el “lo que debemos hacer como ciudadanos”. La
ciudadanía no está lejos de la solidaridad, la verdad, la libertad; el ser ciudadano obedece también a altísimos valores que se hace necesario evidenciar y que deben convertirse en un muro de contención contra “la dictadura invisible (…) que se adueñó de la capacidad de opinar y pensar”.
La nueva ciudadanía “necesita un espacio de corresponsabilidad capaz de iniciar y generar nuevos procesos y transformaciones”. Debe “parte activa en la rehabilitación y el auxilio de las sociedades heridas”. Incluso desde los ambientes eclesiales “es importante que la catequesis y la predicación incluyan de modo más directo y claro el sentido social de la existencia, la dimensión fraterna de la espiritualidad, la convicción sobre la inalienable dignidad de cada persona y las motivaciones para amar y acoger a todos”. La Iglesia y todos los sistemas religiosos, deben ser conscientes de su rol educativo ciudadano, de la imperiosa necesidad de formar a la persona con los
valores trascendentales que le pertenecen y la definen.

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