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El Método Filosófico del Dr. José Gregorio Hernández. VIII Parte

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Columna: Violencia, Cultura y Religión

(Por: Pbro. Luis Eduardo Martínez Bastardo)

Lmartinezbastardo@yahoo.com
@luiseduardomb
@luemba22

´.-Existen ciertamente en el cuerpo del hombre actividades o funciones propias, y todas concurren ordenadamente a conservarlo vivo. Las funciones son fenómenos físicoquímicos producidos por fuerzas de la misma naturaleza que obran sobre la materia que forma el cuerpo. Toda fuerza fisicoquímica es una fuerza ciega que necesita ser dirigida para que produzca un fin determinado.
Después de la muerte, continúan verificándose fenómenos físicoquímicos, pero con la diferencia de que entonces obran desordenadamente y producen la descomposición total del cuerpo. Luego durante la vida ha de existir un principio ordenador de las fuerzas fisicoquímicas que las enderece a la conservación de ella, llamado principio vital o alma.
Pero este principio vital nunca ha podido ser demostrado experimentalmente. Luego el alma no es fuerza ni materia, que son demostrables experimentalmente, sino espíritu. Luego existe el alma espiritual, principio de vida del cuerpo. Luego la muerte consiste en la separación del alma y del cuerpo.
El hombre es poseedor de facultades intelectuales. Las facultades intelectuales tienen sus actos, que son los actos intelectuales. Los actos intelectuales son absolutamente inmateriales. Luego el sujeto de ellos no puede ser el cuerpo material, sino un principio inmaterial o espiritual que en él tiene que existir. Luego existe el alma espiritual, sujeto de los actos intelectuales, la cual es por consiguiente racional.
La conciencia que es infalible cuando se limita a su objeto, nos atestigua, que durante el transcurso de nuestra vida conservamos nuestra identidad personal. Es sabido que el pensamiento se verifica por actos sucesivos, y que podemos efectuar un razonamiento de larga duración. Luego el sujeto tiene que ser el mismo al principio del razonamiento que al fin, porque si cambiara, empezando el razonamiento en un sujeto, el que le sucediera no podría concluirlo por ignorar la primera parte. No
sucede así; antes por el contrario, empezamos y terminamos nuestros razonamientos sin dificultad; recordamos lo acaecido hace muchos años; formamos proyectos para el porvenir, los que realizamos muchos años después; nos consideramos responsables de nuestros actos pasados y presentes, y asimismo admitimos la responsabilidad de nuestros actos futuros.
Luego existe en nosotros un sujeto único y permanente de todos estos actos, el cual tiene que ser simple para que pueda explicarlos. Este sujeto no puede ser el cuerpo, puesto que es sabido que la sustancia material de él es compuesta y cambia sin cesar, renovándose al cabo de cierto tiempo por completo. Luego existe el alma simple y espiritual.
Es evidente que existe en el hombre la facultad de determinarse libremente y de modificar sus actos según su querer. El sujeto de esta facultad no puede ser el cuerpo que es inerte, incapaz por lo tanto de determinarse por sí solo, ni de modificar su estado de reposo o de movimiento. Luego existe en el hombre además del cuerpo, un principio de actividad, no material, el cual es el sujeto de la libertad. Luego existe el alma espiritual y libre. Es, pues, evidente que el hombre consta de dos partes,
que son: el cuerpo material y el alma espiritual; y que el alma es el principio vital del cuerpo.
El alma unida al cuerpo depende de él de una manera^ extrínseca, porque en él están los órganos de los sentidos que le proporcionan al alma la materia del conocimiento. Esta unión es sustancial, de suerte que el cuerpo y el alma forman una sola sustancia, una sola naturaleza y una sola persona. Las propiedades que constituyen la esencia del alma son la de ser una sustancia simple, espiritual, libre e inmortal.


El alma es una verdadera sustancia; de ninguna manera puede considerársela como un conjunto de fenómenos o accidentes, porque los fenómenos y accidentes no pueden en el estado natural existir en sí; necesitan de un sujeto para tener realidad, mientras que el alma tiene verdadera subsistencia. Es una sustancia incompleta, pues aunque puede subsistir separada del cuerpo, es entonces incapaz de ejercer sus funciones sensitivas; unida con el cuerpo constituye un todo natural que es el hombre.
Es simple porque así lo demuestran la identidad de la persona humana; la. existencia del pensamiento en general, el que es uno, indivisible y completamente simple; la facultad de comparar, que exige la simplicidad del sujeto que la posee; y también el poder de la reflexión, que exige la simplicidad imperiosamente para que toda el alma pueda replegarse sobre sí misma y conocer sus estados psicológicos y su naturaleza. Por causa de su simplicidad, que es la carencia de composición intrínseca, el alma es incapaz de sufrir descomposición alguna, por ningún motivo.
Es espiritual porque sus funciones propias, que son las funciones intelectuales, están exentas de los caracteres inherentes a la materia; antes por el contrario, la facultad de elaborar ideas abstractas, así como la de reflexionar son estrictamente espirituales. No es el alma un espíritu puro, porque no adquiere el conocimiento por intelección que es la visión intuitiva de toda verdad, sino por raciocinio; por lo cual es más bien racional que intelectual. Estando separada del cuerpo tiene la facultad de
pensar y la de querer; pero entonces no puede elaborar el conocimiento por los datos suministrados por los sentidos.
Es libre porque así lo demuestra la conciencia; en efecto, conocemos por la conciencia que tenemos la facultad de deliberar, de vacilar en nuestras determinaciones, de abstenernos; podemos luchar contra nuestros deseos, y después de haber cometido nuestros actos, nos reconocemos responsables; de todo lo cual deduce la conciencia la existencia de la libertad, sin la cual ninguno de aquellos estados podría existir. Pero como la libertad no puede tener por sujeto al cuerpo, que siendo material es inerte, y por consiguiente no puede determinarse por sí mismo, forzosamente habrá de ser el alma el principio de la libertad humana.
Es inmortal porque es simple; en efecto, la muerte no es otra cosa que la descomposición del ser vivo; por eso muere el hombre, porque siendo compuesto de cuerpo y alma, pueden, separándose estas partes, descomponerlo; y por eso no puede el alma morir, porque es imposible la descomposición de lo que es esencialmente simple. El origen del alma es por creación de la nada por Dios; y sus
destinos futuros, por ser racional e inmortal, son espléndidos: está destinada a conocer la esencia divina como es en sí, con lo cual si lo logra será eternamente feliz.

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