(Por: Lionel Álvarez Ibarra)
.-Savannah es una de las ciudades más bellas de la costa atlántica estadounidense, un lugar muy turístico, y puerto importante de Georgia.
Aunque mis visitas a esa ciudad, eran de negocios y muy cortas, siempre me aseguraba reservar un tiempo para entrar a una pequeña tienda que me agradaba mucho; en donde vendían artículos relacionados con la naturaleza. En una ocasión conseguí un adorno que consistía en una cajita acrílica, larga, hermética y transparente, con un líquido azul encerrado en su interior. En la base tenía un motorcito que la hacía balancear de un lado a otro, produciendo un movimiento en el líquido que simulaba el oleaje del mar, y un audio incorporado, reproducía el ruido del oleaje. La encargada de la tienda me comentó, que ver el mar y escuchar el sonido de las olas, generaba una sensación de tranquilidad y bienestar. Como vendedora, trataba de convencerme, diciéndome que me llevaría a su vez, un pedacito del mar de Savannah como souvenir. Estuve a punto de comprarlo, pero luego desistí, lo sentí como muy artificial.
En mi viaje de regreso, por coincidencia, en una revista del avión, leí un artículo sobre un estudio que había realizado una universidad británica, para conocer el impacto de los ambientes naturales en el bienestar de los individuos. Los científicos siguieron a 2 750 voluntarios durante dos años y compararon sus experiencias en el mar, el campo y los parques urbanos. Al ponderar los resultados, todos los participantes identificaron el ambiente marino como la experiencia más positiva, seguido de los parques urbanos y el campo. La investigación reveló que, aunque todos los espacios naturales generan efectos psicológicos positivos, estar cerca del mar es de los más beneficiosos.
No conocí mayores detalles del estudio, pero de haber sido consultado, muy probablemente hubiese opinado lo mismo. El mar pareciera ofrecer más recursos para sensibilizarnos. Las tonalidades de azules, la brisa, el olor del salitre, sus aguas salobres, el rugido suave acompañado del graznido de las gaviotas y del rompimiento de las olas, ofrecen todo un abanico de estímulos para deleitar nuestros sentidos. Ni hablar de las propiedades curativas que le atribuyen a sus aguas. Hasta una buena dosis de humildad nos puede suministrar, cuando experimentamos esa sensación de asombro y admiración ante su impresionante inmensidad.
Frente a un escenario marino, la mayoría de las personas experimentan una agradable sensación de calma y relajación. Los neurocientíficos piensan que ello se debe, a que le da al cerebro una especie de descanso de la sobrecarga a la que lo exponemos continuamente, y esa desconexión tiene un efecto casi hipnótico, el cual genera esa sensación de tranquilidad.
Aseguran que el sonido de las olas estimula un estado meditativo que genera cambios en las ondas cerebrales, específicamente, promueve las ondas alfa, las cuales se han vinculado con el estado que llaman de atención sin esfuerzo. La sensación de placer también ha sido relacionada al hecho de que estamos conectados con la naturaleza marina desde nuestra gestación, al permanecer meses flotando en un ambiente acuático dentro del vientre de nuestra madre y esa conectividad es beneficiosa para el cuerpo, la mente y el espíritu.
De vez en cuando sigo recordando la tienda y el comentario sabio de la dependiente, pero estoy convencido de que, aquella cajita acrílica, nunca me hubiese aportado la sensación de paz, tranquilidad y bienestar que se consigue, al sintonizar de manera presencial todos nuestros sentidos frente a la verdadera inmensidad del mar.
Lionel Álvarez Ibarra
Febrero, 2021