(Por: Manuel Barreto Hernaiz)
.-“…Si hubiera de presentarse en un cuadro el estado de Venezuela mirada por esta faz de su historia económica (1853), sería fácil hallar a la mano varios colores que dejarían ver en cada error un desengaño, y en cada desengaño una lección de experiencia…”_ *Cecilio Acosta.* Obras Completas.
Nos dice el Diccionario de la Lengua Española que el desengaño – en su primera acepción- es la impresión que recibe una persona cuando la realidad desmiente la esperanza o confianza puestas en una persona o cosa.
Baltasar Gracián consideraba a la Razón como “madre del desengaño” y a este último, lo llamó “querido hijo de la verdad”.
Con su rosario de promesas incumplidas, este régimen irresponsable y usurpador logró, en repetidas elecciones, vencer… pero no convencer. De manera cínica y descarada, a lo largo de estos 20 años, prometió abundancia y engendró miseria, prometió libertad y engendró servidumbre. Abrevó sobre los cambios iniciales, anestesiando a la mayoría del país, incluyendo a buena parte de la clase media, mientras se desmantelaba el Estado.
Lamentablemente este tipo de regímenes logra su cometido cuando los ciudadanos no han alcanzado su mayoría de edad: cuando prefieren obedecer a pensar por sí mismos, o cuando sus intereses particulares triunfan sobre los generales.
Todo reducido a la interpretación que el líder hacía del sentimiento del pueblo, de aquella desesperanza aprendida que se le inoculó al ciudadano con absoluto cinismo. Pero le alababan y se entregaban sin reservas por las recónditas razones de su corazón.
Al líder surgido de la necesidad y del entusiasmo, con la virtud mínima de un carismático comunicador, pero que de manera irresponsable, experimentó con medidas antieconómicas y populares que en un principio favorecieron al pueblo, para posteriormente condenarlo a sistemas de racionamiento disfrazado con una “guerra económica” más falsa que una escalera de anime; ubicando la política por encima de la economía.
A ese lìder le sucedió un ladino incapaz y demagogo usurpador que escamotea el afán pseudo-democrático y, pensando èste tambièn ser la encarnación del pueblo, justifica sus necedades esgrimiendo en su defensa la fecunda convicción en el profundo acierto del instinto popular o demagogo.
Enorme fue la andana de disparates, desde aquellos tiempos de samanes y juramentos, en los cuales juraron acabar con la corrupción y con los partidos y vamos para veinte años, superando con creces, sin control y sin pudor, lo que juraron arreglar.
Pero, como aquella estrofa que tarareaba Rubén Blades: ¡La vida te da sorpresas!
Ahora, ese súbdito transformado en “soberano” y ante unas fraudulentas elecciones se despertó de tan absurdo letargo, y sabiéndose ciudadano, con soberana arrechera entendió que la ineludible realidad de tanto engaño y comprendió que más vale la dignidad que la comida hecha voto.
Hoy el desengaño se percibe en la radio, en los periódicos, en las calles, o en la infinitas colas para surtirse de combustible, sarcasmo aparte, en un país petrolero que contaba con las mejores refinerías de América Latina. El desengaño se siente en los hospitales desprovistos de los equipos y medicamentos necesarios para hacerle frente a esta terrible pandemia; en escuelas, colegios, liceos y universidades, pues los defraudados del régimen son muchos, muchísimos.
Los asuntos pendientes en materia de seguridad, corrupción; la imparable inflación, el estrepitoso fracaso en el suministro de gas, así como el derrumbe del sistema eléctrico nacional, agobian día a día a la sociedad, que prefirió responder al régimen mediante un atronador silencio este 6 de diciembre, por tantos e incorregibles disparates, descarada corrupción y grosera coacción.
La ciudadanía no cree en más explicaciones justificativas del fracaso del régimen. Ya se hace presente ese desengaño de la gente como respuesta emocional ante tanta ineficiencia, ante tanta perversidad, ante tanto desaguisado… lo que le da tanta vigencia al viejo refrán: El que vive de ilusiones, muere de desengaños.
*Manuel Barreto Hernaiz*