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De la democracia a los estados despóticos

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(Por: Nelson Acosta Espinoza)

Voy a iniciar este breve escrito formulando las siguientes interrogantes ¿Que común denominador existe entre gobernantes tan disimiles como Viktor Orba, Aleksandr
Lukashenko, Vladimir Putin, Hugo Chavez, Recep Tayyip Edorgan y Rodrigo Duterte? ¿Lideres de países tan distintos como Venezuela, Bielorrusia, Rusia, Turquía, Siria, Zimbabwe, Irán o Hungría?
Puede parecer exagerado pero en las actuales circunstancias que vive Venezuela parece apropiado dar respuestas a estas interrogantes. Y ello es así porque la democracia, tal como la hemos experimentado, esta siendo sometida a fuerzas
centrifugas que buscan su transformación. Un viraje que, lejos de profundizar su contenido, busca amputar a unos de sus brazos más relevantes.
El común denominador de estas realidades tan disimiles es la formulación y activación de regímenes políticos que se alejan o expulsan de sus ejecutorias los principios básicos que han caracterizado el contenido liberal de la democracia.
Varios conceptos han sido usados para describir esta singularidad. Despotismo y democracias iliberales han sido algunos de los términos usados. Lo que se pretende enfatizar es la emergencia de un tipo de configuración política cuyo origen,
si bien es electoral, se aleja de los principios elementales que han caracterizado históricamente la democracia liberal.
Veamos algunas de las tácticas usadas por las autocracias modernas para socavar la cultura democrática. Así por ejemplo, hacen prevalecer el principio de lealtad antes que el de legalidad; retiro forzoso de jueces y magistrados; desconocimiento de los tribunales internacionales y ONGs de Derechos Humanos y evasión del sistema de contrapesos y división de poderes.
En un reciente articulo en el diario El Nacional, la investigadora Colette Capriles describe a estos regímenes de la forma siguiente: “Construyen relaciones de dependencia aceitadas con riqueza, dinero, leyes, elecciones y mucha conversación en los medios defendiendo al “pueblo” contra subversivos domésticos y “enemigos extranjeros”. Los despotismos son pirámides de poder que desafían la gravedad política cultivando la servidumbre voluntaria y la docilidad de sus súbditos”.
Ahora bien ¿que implicaciones pudiera tener lo relatado en las próximas elecciones a celebrarse en el país? ¡Podrá derrotarse la “servidumbre voluntaria y la docilidad ciudadana”? Estas son las incógnitas que deben dilucidarse.
No podemos pasar por alto la circunstancia de la existencia de una cada vez mayor distancia entre élites políticas y sus electorados, caída de la confianza en las instituciones y partidos políticos y un creciente resentimiento ciudadano por la falta de representación. Estamos en presencia de una crisis de naturaleza histórica. La institucionalidad del pasado, la democrática y la despótica, hace agua. No llegan a interpelar a la mayoría de la población.
Esta circunstancia obliga a la oposición democrática a desenvolverse en un horizonte de naturaleza estratégica. Y, a partir de esta consideración, formular un nuevo proyecto de país. El triunfo electoral no es suficiente. Es indispensable tomar el poder para dar inicio a una nueva etapa histórica.
Hay que construir una nueva “hegemonía” que proporcione sentido a las nuevas realidades por venir.

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