Al cumplirse un año de la constitución de este Consejo Superior designado por las instancias internacionales de la Democracia Cristiana, como ente asesor de una familia política dispersa en distintas alternativas de la vida pública venezolana, cumplimos con nuestra misión dirigiendo el siguiente Mensaje no sólo a quienes comparten los postulados del humanismo cristiano, sino a todos aquellos venezolanos de buena voluntad que esperan la reaparición de una política decente y el fin de un régimen oprobioso que ha destruido nuestra patria.
La huella de esta pandemia que aflige a Venezuela desde hace más de dos décadas es la corrupción. La corrupción ha sido su causa y es su efecto. Chávez y Maduro son responsables, igual que sus cómplices, del saqueo y la destrucción de Venezuela. Han contado con cómplices externos y cómplices internos. La corrupción gubernamental ha infectado a un sector de la sociedad venezolana. Parte muy significativa y conocida de ese sector vive hoy en el exterior de dineros mal habidos en complicidad con la dictadura. Pero la corrupción de esa pandemia llamada socialismo del siglo XXI no se agota en el saqueo obsceno de las riquezas del país. La dictadura ha provocado la devastación cultural y espiritual de la nación. La dictadura pretende, además, hacer solo viable la existencia a aquellos que, en mayor o menor medida, hagan regla de vida la adaptación sumisa a la mentira y al crimen que ella representa. En Venezuela la soberanía nacional está usurpada. Venezuela es un país formalmente invadido. La tolerancia de esa invasión es, también, manifestación de la corrupción política imperante.
Todo eso, lamentablemente, ha afectado, en la vida política venezolana, no sólo a los sectores minoritarios que se dicen afectos a la tiranía, sino también a no pocos de aquellos que se proclaman adversarios de ella, reclamando la atención de los sectores mayoritarios del país. La corrupción de la dictadura ha invadido diversos ámbitos de la sociedad civil y política, como garantía de su propia supervivencia. Y la lucha por la libertad exige hoy, debemos decirlo, con clara voz, una dirección política compuesta por dirigentes libres de toda sospecha.
El enemigo es el régimen, no los sectores de la oposición. Esto lo tenemos claro. Pero, justamente, por ser el enemigo la dictadura, tenemos la obligación de exigir el deslinde que nos permita saber, con precisión, donde está la verdadera oposición. Ficciones de unidad no bastan. Retórica de censura, acompañada por complicidad, sólo generan desencanto. No es momento de dobles discursos, ni de cálculos enanos que sirvan para perpetuar el calvario de la vida nacional, agobiada por todo tipo de carencias, desde los alimentos hasta la salud, desde la gasolina hasta el agua y la electricidad. Todos conocemos la terrible situación de la Venezuela de hoy.
La dictadura se mantendrá mientras la política no recupere su dignidad. Y recuperará su dignidad cuando los dirigentes sean ejemplo de conducta recta ante el pueblo al cual prometan la reconstrucción no sólo material sino también cultural y espiritual de la patria venezolana. No es la astucia ni la complicidad la que debe determinar las alianzas para salir del régimen. La dirigencia política opositora debe estar libre de toda sospecha. Debe ser y parecer. El pactismo, el colaboracionismo, la oferta de cohabitación con el ejercicio de un poder mafioso, con vinculaciones internacionales, resulta una ofensa a las víctimas directas de la tiranía. Sobre todo una ofensa a los asesinados y a los torturados, a los presos políticos, a la memoria de los centenares de jóvenes que ofrendaron su vida en la lucha por una libertad que nunca conocieron.
Siempre la rectitud y la fortaleza política han exigido la rectitud y la fortaleza moral. Políticos sin principios no podrán construir una democracia con principios. Y una democracia sin principios no tendrá ni el soporte institucional ni el respeto ciudadano para poder subsistir. Lo que el país reclama es una dirigencia que, como credenciales de una posible conducción de los asuntos públicos, pueda presentar manos limpias.
Deseamos la futura reunificación de todos quienes desean servir en la política inspirados por el humanismo cristiano. Quiera Dios que la deseada reagrupación unitaria de la oposición sea en torno a una unidad real, sin deslealtades, narcisismos e hipocresías. Y será así, de veras, cuando, en lugar de estar pensando en las granjerías electorales dadivosamente dadas por el régimen, sea una la voz del país decente, el alérgico a la corrupción, la que pida, con respaldo interno e internacional: elecciones presidenciales libres, confiables, verificables con asistencia internacional. Después de esas elecciones de un Presidente auténtico, como condición previa e indispensable, podrá hablarse de elecciones parlamentarias, de Gobernadores y Alcaldes.
Unidad, con transparencia, con honradez. Sólo la honestidad genera respeto y solidaridad. Eso es lo que deseamos para los humanistas cristianos, para los demócratas cristianos, para todos los verdaderamente opositores, en esta Venezuela que inicia el año 2021, pidiéndole a Dios salir de esta tragedia que lleva ya más de dos décadas.
Unidad contra la corrupción. Unidad por la libertad. Unidad por la democracia.
Consejo Superior de la Democracia Cristiana