“Hablar de elecciones libres es necesario mas no suficiente”. Es un criterio que debe
estar lo enteramente claro en el pensamiento de aquellos que aspiran a un cambio político.
Y, cómo no estarlo, si cada venezolano ya conoce por experiencia que los resultados de las urnas no interfieren directamente en la trasferencia del poder. Pues, una cosa es ganar un nombramiento titular y otra, muy distinta, que exista la disposición de pasar la autoridad de un lugar a otro.
Teniendo en cuenta los recientes acontecimientos, en torno a la carrera electoral,
queda en evidencia que los retos del sufragio son mínimos en comparación a la problemática sobre la entrega efectiva del poder ejecutivo en manos distintas de los poseedores actuales.
Para este caso, la transferencia de poder se hace imposible por cualquier vía que no sea la negociación de los intereses políticos con aquellos que gozan del poder organizativo del Estado y, también, con aquellos que dirigen el poder compensatorio del mercado. Lo que deja desplazado cualquier medio de presión externa que pueda servir como enlace, intermedio o amenaza para el logro de una transición política.
El reto electoral
Las proporciones electorales, para cualquier contendiente opositor, resultan positivas
y lo suficientemente viables; un ejemplo de ello ha sido la movilización realizada en el
reciente proceso de primarias. Ahora bien, en la persona que ha resultado elegida, por el mismo, resaltan características pudientes, tales como: la visualización popular como líder influyente, el posicionamiento asertivo de frente al electorado y, sumado a ello, un panorama favorable donde la acción de voto no pronostica mayores problemas para el día de la elección.
Sin embargo, aún existen trabas significativas relacionados con aquellos que, actualmente, detentan el poder; cosa que siendo indistinta al proceso democrático es una realidad vigente en la forma como se desenvuelve el poder político en Venezuela.
El contendiente de oposición tiene la delantera en cuanto a la carrera electoral, pero
no posee ninguna garantía de transferencia de poder como efecto conducente del mismo.
De esta manera, es notorio que hayan de resultar trabas a priori, como: el mantenimiento de la inhabilitación política; o trabas a posteriori, como: el desconocimiento de los resultados y la colocación de barreras organizativas. Todo lo anterior en vía legitimar un entorno democrático que es nominal pero no efectivo.
El reto de transferencia de poder La problemática sustancial y nodo crítico de la acción política no es nada menos que la incapacidad de transferencia del poder de gobierno; lo que, en principio, constituye un quiebre al ejercicio democrático.
Esto resulta congruente a partir de donde realmente reside el poder político: en la personalidad efervescente, en la capacidad de compensación y en las
estructuras organizadas. Esta última es la más utilizada por el actual gobierno, mientras que la segunda entra en relevancia a partir de los grandes entes productivos del sector privado.
Ahora bien, el poder personalista se haya desgastado y casi inexistente, aunque sus efectos (el sometimiento condigno) todavía poseen la suficiente influencia sobre los cuerpos de seguridad y defensa del Estado.
Lo que deja una pregunta al aire: ¿Qué poder tiene la oposición dentro de estos sistemas? Ninguno, solamente la ventaja de la opinión pública que, eventualmente, podría transformarse en poder personalista. Y aun sucediendo, de esa manera,
resta mucho camino para competir con el aparataje organizativo que le es indistinto, si es que este último le considera aceptable como contendiente.
A efecto de lo anterior, el único camino viable para que se concrete la transferencia
del poder es que la parte interesada en el cambio de gobierno tenga la suficiente capacidad de negociación con aquellos que son sus poseedores efectivos. Debe ver a estos últimos, no solo como regentes de la fuerza física sino, también, como administradores de la estructura organizada del Estado, ya sea, desde la escala nacional hasta el alcance local.
Asimismo, este debe procurar el apoyo de los principales entes productivos del país: teniendo en cuenta que en ellos se encuentra buena parte de la capacidad de compensación económica que se traduce en poder sobre la propiedad.
La estrategia de concertación periódica del poder, por medio de la negociación, debe
realizarse sobre la base del interés particular de cada segmento, a fin de establecer garantías congruentes que motiven el proceso de lado y lado; para que así, todo pueda concluir en un beneficio para el colectivo nacional.
La manipulación del poder carece de hermetismo en la realidad, cosas que aún
desconocen las estructuras los partidos tradicionales, a pesar de entender muy bien sus consecuencias.
Así pues, la negociación estratégica y la transición paulatina se abandera
como el camino más racional para el cambio político; siendo esto comprobable por la
experiencia, ya que los anteriores intentos, basados en la confrontación, en el orgullo y la intolerancia solo han dejado un trio de cosas: La decepción, la desesperanza y la muerte innecesaria.
Texto de Niuman Medrano, Lic. Estudios Políticos
niumanmedrano2019@gmail.com